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Actualizado: 30 de abril de 2025


En el instante de pisar ella el gabinete, don Quintín estaba tumbado ante la chimenea, con la cabeza reclinada en un almohadón, desabrochado el chaleco y sujetando en una mano la botella de Jerez medio vacía. Verle Frasquita y abalanzarse a él, todo fue uno. Canalla, indecente, sucio, vicioso, ¿en esto te gastas el dinero? ¿Quién es esa tía? El pobre hombre se quedó como muerto.

Y Judit, reclinada en un diván, le dijo al verle entrar: Viene usted muy tarde, amigo mío. Y le tendió una mano. Arturo se arrodilló ante ella. Al llegar aquí, se interrumpió el notario. ¿Y qué? exclamaron todos; concluya. El notario contestó, sonriéndose: Arturo no me ha contado más... Por otra parte, va a dar principio el tercer acto de Roberto... ¿Qué importa? termine.

Espérese un ratito y pasará. Quedose solo en el comedor mi hombre, y después de quince minutos de espera, Dorotea le mandó pasar. Estaba Fortunata en su gabinete, tendida en el sofá, la cabeza reclinada sobre un almohadón de raso azul. Tenía puesta la bata de seda y un pañuelo blanco finísimo a la cabeza, tan ajustado, que no se le veía más que el óvalo del rostro.

Reclinada la cabeza y en actitud pensativa, tenía en los cansados brazos al niño clorótico y medio desnudo; a pesar del abandono, de la suciedad y de sus harapos, conservaba un resto de pasada distinción y no es de extrañar que no me sintiera yo entusiasmado por lo que ella llamaba la «bondad» de su marido.

Bajo un clima benigno, señora de la navegación de cien ríos que fluyen a sus pies, reclinada muellemente sobre un inmenso territorio y con trece provincias interiores que no conocen otra salida para sus productos, fuera ya la Babilonia americana si el espíritu de la pampa no hubiese soplado sobre ella y si no ahogase en sus fuentes el tributo de riqueza que los ríos y las provincias tienen que llevarla siempre.

En uno de los extremos asomaba entre almohadas una cabeza reclinada con abandono. Era un semblante desencajado y anémico. Dormía. Su sueño era un letargo inquieto que se interrumpía a cada instante con violentas sacudidas y terrores. Sin embargo, parecía estar más sosegada cuando al medio día volvió a entrar en la pieza el padre de Florentina, acompañado de Teodoro Golfín.

Reclinada la cabeza sobre el brazo, lloraba en silencio, expresando una pena viva y sin espasmos, un dolor tranquilo, como todos los dolores viejos que se normalizan con su monótona permanencia. Quedose absorto Juan Bou ante aquella escena, y después hizo una tras otra las preguntas vulgares propias del caso. ¿Está usted mala? ¿Tiene usted algo?

Doña Carmen y su criada cuchicheaban a un extremo del vagón: Javier iba contando un puñado de monedas de plata; Clotilde, reclinada sobre un montón de almohadones, tenía impresas en el semblante las señales de un dolor intenso.

Creerán que escapamos de los Viveros por estar solos y libres de convidados. Al pasar frente a San Antonio, Ernestina, reclinada en un hombro de su esposo, se incorporó. Mira: ese es quien ha hecho el milagro de unirnos. De soltera le rezaba pidiéndole un buen marido, y por segunda vez me protege, dándome mi Luis. No, vida mía: el milagro lo has hecho con tu belleza.

Después, sostenida en el brazo derecho de Morsamor y reclinada en su hombro, tras no breve pausa de silencio y reposo, Urbási con lánguida y entrecortada voz, dijo a Morsamor casi al oído: No; este amor invencible, fuerte, gigante, inmenso, no ha podido nacer en , ni ha nacido de súbito. Antes de conocerte yo te presentía y te amaba.

Palabra del Dia

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