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Actualizado: 30 de junio de 2025
Reclinada en la pared del antepalco, desordenadillo el rizoso pelo, acarminadas las mejillas y voluptuosa la mirada, estaba realmente encantadora. Don Juan, medio enloquecido, dijo: ¿Eres Cristeta, o eres un tigre que está jugando con mi felicidad?
Y en aquel momento entróle deseo vehementísimo de ver toda la casa: era muy bonita y estaba todo muy bien puesto: el salón, los dos gabinetes, el despacho, la alcoba, el cuarto de baño, el tocador... Un cuadro le llamó la atención en esta última pieza: representaba un ramo de camelias, saliendo del centro el busto de una mujer rubia muellemente reclinada en aquel lecho de flores, con mucho arte dispuesto... ¡Oh!, no había duda, era la francesa anónima, la del nombre de píldora que tan cruelmente se le estaba atragantando a ella.
Su cabeza de águila está reclinada sobre el pecho. ¿Reposa? ¿Medita?
El viejo camarada había perdido la corrección habitual de sus cuellos y de su corbata; dos chapas rojas alegraban su semblante. Fernanda se hallaba perezosamente reclinada en el muelle respaldo de raso del cupé; a pesar de sus 38 a 40 años estaba bellísima. Al vernos se incorporó, consultó la hora y bajó ágilmente del carruaje, subiendo a su victoria de un salto.
Y quitándose los zapatos, se acercó silenciosamente al tapiz y se puso en acecho. Don Juan se asombró al ver el lugar donde le esperaba Dorotea. Porque aquel salón, dispuesto como se encontraba, era completamente bello y fuertemente voluptuoso. Dorotea estaba indolentemente reclinada en un sillón junto á la copa, en la que arrojaba de tiempo en tiempo algunos granos de perfume.
Un día, con la frente reclinada en la mano, y el codo en el antepecho de la ventana que daba á un cementerio cerca de la casa, hablaba con el médico, mientras éste examinaba un manojo de plantas de fea catadura.
Palabra del Dia
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