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La mar agitaba las olas de su seno, con la ira y violencia con que sacude una furia las sierpes de su cabellera. Las nubes, cual las Danaides, se relevaban sin cesar, vertiendo cada cual su contingente, que caía a raudales sobre las ramas, que se tronchaban, abriendo sus corrientes hondos surcos en la tierra. Todo se estremecía, temblaba o se quejaba.

Aquella masa de agua colosal que se arrastra rugiendo por un plano ligeramente inclinado, que confluye en dos raudales anchos y profundos, para caer de pronto, con indecible majestad, en el cauce inferior, produce la impresión de un dislocamiento general del orden creado.

A las tres de la tarde hallábase abierto de par en par el mirador de cristales del gabinete que ya conocemos, y el sol entraba a raudales, llenándolo todo de luz, de colores y de reflejos. La marquesa amaba el sol y el aire con la pasión con que los aman los pobres, y odiaba ese misterioso y coquetuelo petit jour en que se refugian las beldades trasnochadas para ocultar los estragos del tiempo.

Cuando alguna derrumbaba su cresta sobre la fragata, el piloto Ferragut podía darse cuenta de la monstruosa pesadez del agua salada. Ni la piedra ni el hierro tenían el golpe brutal de esta fuerza líquida, que al derrumbarse huía en raudales ó se elevaba hecha polvo. En ciertos momentos había que abrir brechas en la obra muerta para dar salida á su masa abrumadora.

Su oratoria sólida y rica en imágenes brillantes se derramaba como raudales de perlas y de flores, y su auditorio quedaba siempre cautivado por el encanto de ella.

Y la pobre señora quedaba aturdida por el relato que le iba haciendo de las fuerzas enormes de Alemania, con toda su autoridad de esposa de un gran patriota germánico y madre de un profesor casi célebre. Los millones de hombres surgían á raudales de su boca; luego desfilaban los cañones á millares, los morteros monstruosos, enormes como torres.

Porque tus blancos y afilados dientes el goce intensifican; porque mientes un platónico amor, ¡bendita seas! Yo creí adivinar en tus antojos acicate a pasiones sexuales; mas moduló tu voz ternuras tales, que hasta llegué a creer en tus sonrojos. ¡Cómo fingias crisis pasionales, de hondo y sentido amor, en tus enojos...! ¡Si hasta fingieron lágrimas tus ojos, en sartales de perlas, a raudales...!

Ocupaba uno de sus frentes una chimenea de mármol blanco, y formaba el otro una gran ventana de cristales, abierta de arriba abajo, que dejaba entrar el sol a raudales y permitía ver la verdura del parque en primer término, la arena de la playa más lejos y el azul del mar en lontananza.

Capiteles que apenas parece haber tocado el cincel árabe, puertas de mosáico donde aparecen pintados de colores y oro los mas caprichosos adornos bizantinos, cúpulas levantadas sobre ligeras columnas, bóvedas de alabastro, ajimeces de elegante calado donde la naturaleza hace oir aun voces misteriosas, muros cubiertos de relieves de estuco, preciosos alicatados en que de las mismas leyes geométricas se ve brotar á raudales la armonía, objetos á cual mas bellos detienen por momentos los pasos del viajero, que apenas acierta á contemplarlos sin que en medio de la soledad y el silencio que le rodea crea percibir aun el dulce aliento de los genios que crearon tan vasto monumento.

La carne, tan flaca y reseca, se le agrietó, y, por las hendeduras, se derramó en clamorosos raudales lo más secreto del alma, lo que rara vez se escapa del misterio de la conciencia: el tuétano del espíritu, que tiene miedo a la luz y a las palabras.