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Actualizado: 11 de julio de 2025
¡Si no le he visto, mujer; si no le he visto! repetía dulcemente el anciano. Olóriz, en pie delante de nosotros, pálido, silencioso, hacía una figura verdaderamente desgraciada, tirándose con mano convulsa de la barba hasta arrancarse algunos pelos. Tomé el partido de dejarla desahogarse. Cuando hizo una pausa, le dije en son de broma: Vaya, Raquel, no sea usted tan nerviosilla.
No me engaño con esa facilidad tuya, que cada año tienes una nueva ilusión y haces una nueva conquista. Pues yo prefiero engañarme y no engañar, como tan deslealmente engañas tú a Muñoz. En la primera ocasión, te lo juro, le pondré al corriente de la perversidad tuya; y esto lo haré no para vengarme sino porque a Muñoz no lo mereces. ¡Pero yo te lo regalo, Raquel! A mí no me interesa.
11 Y Jacob besó a Raquel, y alzó su voz, y lloró. 12 Y Jacob dijo a Raquel como él era hermano de su padre, y como era hijo de Rebeca; y ella corrió, y dio las nuevas a su padre. 14 Y Labán le dijo: Ciertamente hueso mío y carne mía eres. Y estuvo con él un mes de días. 15 Entonces dijo Labán a Jacob: ¿Por ser tú mi hermano, me has de servir de balde?
Dentro de un rato iré a verla, para que me pruebe unas cosillas, y te llevaré conmigo. ¡Atiza...! ¿No está allí Luciana...? RAQUEL. No... ¡Ya no vendrá...! Está prometida, y su maridito no quiere que en lo sucesivo vea a ningún hombre desnudo. SOFÍA. ¡Bah! Después de todo, no tenía ni pizca de talento. ¿Con quién se casa...?
Pero un tren había parado en el pueblecito inmediato a la estancia; media hora después, al chasquido de un látigo, bajo los eucaliptos, en el extremo de la avenida, osciló la capota de un break. Eran Raquel y Fernando. Este traía para su madre malas noticias. Un campo que ellos poseían al norte de la provincia, acababa de incendiarse y habían muerto casi todos los animales.
¡No hay que exagerar las cosas! le gritó Fernando bajando rápidamente del break. Raquel miró a su hermana fijamente. ¡Oh, qué alma la tuya! El acento de su voz traducía desazón y resentimiento. Pero no provenía su despecho de aquella inoportuna alegría de Adriana, sino de un motivo mucho más grave para ella. ¡Hiciste una de las tuyas! exclamó cuando las dos se hallaron solas.
Pero al cruzar el pasillo de butacas sentí que me llamaban por mi nombre: ¡Qué encandilado va, hermano! Era Raquel, la dama de
Después aparece la bella judía Raquel, que ha presenciado la entrada del Rey, y que cree haber observado que la miraba con predilección. Va después á bañarse á un lugar alejado á orillas del Tajo. La casualidad lleva al Rey á este mismo paraje, y ve oculto á la judía, y siente, al contemplar sus gracias, la más violenta pasión.
Y echaba de menos, en lo íntimo de sí misma, la época feliz en que, jugando juntas y viviendo aún su padre, solía Raquel correr a su encuentro para besarla con júbilo, en plena boca, enlazándole el cuello con sus brazos diminutos. Y su recuerdo reavivaba esta escena iluminada por la claridad tan lejana de los tiempos desvanecidos. ¿No vinieron cartas para mí? preguntó con indiferencia.
Confieso que no me preocupé gran cosa, y después de almorzar me fui a la calle, como todos los días; pero al regresar a la hora de comer hallé la casa en un estado de agitación que me sorprendió altamente. «Van a traer el Viático a doña Raquel», me dijo el criado con tono confidencial.
Palabra del Dia
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