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Actualizado: 11 de julio de 2025


JOAQUÍN. Dispénsenme ustedes, señoritas, que me haya retrasado; pero me han entretenido en el Elíseo, donde yo desayunaba con la delegación del Instituto. RAQUEL. Maestro: no me he acordado de decir a mis compañeras que recibía usted esta mañana, de manos del presidente, la corbata de comendador. Viva emoción.

Raquel, por toda respuesta, la miró con expresión de cansancio y de disgusto; y se marchó después de arrojar dos cartas sobre una mesita. Adriana quedó pensativa por largo rato, jugando con las cartas. Después abrió una, que era de Muñoz y la leyó rápidamente. Se trataba de un ultimátum.

33 Y entró Labán en la tienda de Jacob, y en la tienda de Lea, y en la tienda de las dos siervas, y no los halló, y salió de la tienda de Lea, y vino a la tienda de Raquel. 35 Y ella dijo a su padre: No se enoje mi señor, porque no me puedo levantar delante de ti; porque tengo la costumbre de las mujeres. Y él buscó, pero no halló los ídolos.

6 Y dijo Raquel: Me juzgó Dios, y también oyó mi voz, y me dio un hijo. Por tanto llamó su nombre Dan. 7 Y concibió otra vez Bilha, la sierva de Raquel, y dio a luz el hijo segundo a Jacob. 8 Y dijo Raquel: Con luchas de Dios he luchado con mi hermana, y he vencido. Y llamó su nombre Neftalí. 9 Y viendo Lea que había dejado de dar a luz, tomó a Zilpa su sierva, y la dio a Jacob por mujer.

1 Y alzando Jacob sus ojos miró, y he aquí venía Esaú, y los cuatrocientos hombres con él; entonces repartió él los niños entre Lea y Raquel y las dos siervas. 2 Y puso las siervas y sus niños delante; luego a Lea y a sus niños; y a Raquel y a José los postreros. 3 Y él pasó delante de ellos, y se inclinó a tierra siete veces, hasta que llegó a su hermano.

14 Y respondió Raquel y Lea, y le dijeron: ¿Tenemos acaso parte o heredad en la casa de nuestro padre? 16 Porque toda la riqueza que Dios ha quitado a nuestro padre, nuestra es, y de nuestros hijos; ahora pues, haz todo lo que Dios te ha dicho. 17 Entonces se levantó Jacob, y subió sus hijos y sus mujeres sobre los camellos.

¡Ay, que me arrugan! gritaba la madre de Raquel y de Judit, sin que el miriñaque la ayudara a subir. ¡Ay, mi vestido, que me lo estropean todo! ¡No veo a Judit! ¡Judit, Judit, Judiiit!

JOAQUÍN. ¡Y ahora voy a ver sus estudios! RAQUEL. Es «Ola en el alma», de la Casa Liedon. JOAQUÍN. Adoro los perfumes, porque viven con vida propia; se identifican con las mujeres y traducen su secreto pensamiento. ¡Un perfume es una confesión! IN

Entonces, con objeto de dar á su hija mayor plasticidad y representación, la astuta mujer endosó á Raquel varios trajes, unos encima de otros: ya que no podía ser alta, sería ancha. Raquel, bajo su disfraz, reía á carcajadas: aquella truhanería, de verdadera bohemia, la hacía feliz. De este modo, las dos mujeres se presentaron en casa de M. Samson, que las esperaba.

En un salón de la Comedia Francesa y guardado respetuosamente entre los cristales de una vieja vitrina, hay un zapatito, un zapatito blanco, de tacón muy levantado y punta muy fina, que perteneció á Raquel.

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