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Actualizado: 14 de mayo de 2025
No se había pensado nunca en repararlo, y se le dejaba apolillar y cubrirse de telaraña, conservando todavía entre sus maderos, los hilos de una estameña comenzada, quizá, en el reinado anterior. En el grosor de las paredes, cada ventana formaba un hueco profundo, con sendos poyos de piedra.
¿Me darán por todo esto quinientos nacionales? decíase pensativa, más quizá, porque las caravanas son muy buenas... a Quilito le harán falta... a ver... unos... tres mil nacionales; ¡es una enormidad! me parece que no puede ser más; ¡imposible!
Ya llegará la hora en que usted se arrepienta. No. Quizá cuando me haga vieja o cuando me vaya a morir; pero no se trata de eso. No puede tomarse en serio semejante arrepentimiento: peca una toda su vida, años y años, y luego, cuando es ya demasiado tarde, comienza a arrepentirse... No; en cuanto a eso, sé a qué atenerme.
Quizá, por falta de antecedentes, no estuviera Tirso en situación de apreciar todo esto; pero alcanzó lo bastante para convencerse de que, ni Leocadia estaba verdaderamente enamorada, ni desecharía por Millán lo que el desvergonzado lenguaje de la codicia llama una proporción; lo cual le autorizaba a imaginar que, si la madre había cedido por docilidad, la vanidad y el amor propio serían buenos medios para subyugar a la hija.
Velarde dejó de mirar a la tierra para mirar al Palacio que tenía delante, morada del monarca cuyo secretario particular había estado a punto de ser... ¡Qué fastidio tener que esperar de nuevo tanto tiempo!... Porque preciso era que se fuese aquel y que viniese después el otro, y mientras tanto, ¿quién sabe?... ¡Quizá alguno de aquellos tiritos que iban a cruzarse vendría a hacer trizas el cántaro de la lechera que Currita y Butrón le ayudaban a fabricar!...
Vio a su guía detenerse a la puerta. Una mujer fue a abrirle, y su viejo corazón brincó con una alegría desordenada al reconocer a la criatura que le atraía. ¡No estaba, pues, muerta! ¡Podría verla, hablarle y quizá volver a hacerle amable la vida! Su primer impulso fue lanzarse hacia ella; pero se contuvo. Estaba seguro de que no se mataría en presencia del criado.
Alguna vez llegó hasta cortarle los botones de los vestidos; pero con un solfeo que le dieron no le quedaron ganas de repetirlo. Fuera de esto, nada; siempre había sido la misma mansedumbre, y tan económico que su tía le amaba más quizá por la virtud del ahorro que por las otras. «Pues señor; manos a la obra. En la cacharrería del paseo de Santa Engracia hay huchas exactamente iguales.
Un príncipe conozco yo que puede suplir la falta de los demás, con tantas ventajas que, si me atreviere a decirlas, quizá despertara la invidia en más de cuatro generosos pechos; pero quédese esto aquí para otro tiempo más cómodo, y vamos a buscar adonde recogernos esta noche.
¡Qué hermoso me parece todo esto! exclamó Ricardo, ocultando quizá su pensamiento íntimo. Y a mí... ¡qué triste! Déjate de ver cosas tristes, Lorenzo, y piensa que al franquear aquella tranquera hemos hecho honda y firme la resolución de aquel amigo, que les referí ayer: «¡Ahora, hay que reírse!» Trataremos de reírnos.
Pues entonces, maese Marner, el asunto se me presentó de este modo: soy incapaz de comprender una palabra de la «echada a la suerte» y de la respuesta falsa que dio por resultado. Quizá habría que recurrir al pastor para explicar esto, y no podría hacerlo sino con grandes palabras.
Palabra del Dia
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