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Actualizado: 3 de junio de 2025
Tenían la cara blanca, con una palidez mortal; los ojos agrandados por el miedo; agachábanse como si quisieran introducirse bajo la mesa. El aperador salió al patio. En medio de él, una bestia daba resoplidos, mirando a la luna, como si extrañase el verse en libertad. Junto a sus patas, yacía extendido algo blanco, que apenas si marcaba un pequeño bulto sobre el suelo.
En cuanto se paraba en la calle de Altavilla o entraba en el café de Marañón, ya estaba rodeado de una partida de guasones. ¡Cristo, las frases que allí se oían! Y como villanos que eran, a menudo del juego de palabras pasaban al de manos. Esto era lo que en modo alguno podía sufrir Manuel Antonio. Que hablasen lo que quisieran.
Ahora que ya eres mío, porque supongo que vendrás a menudo, te lo voy a decir. ¡Me gustabas de un modo atroz! ¿Y verdad que tu Carola te gusta también más que aquella gata esmirriada? Mira... no sé los años que tienes; nadie tiene más de los que representa; pero ya quisieran muchos jóvenes igualarse contigo. ¿De veras, pichona? ¡Buenos están los jóvenes!... ¡Tísicos!
Pero á esta amenaza resulta otro nuevo peligro, porque á ella responden los indios que si les envían otros Curas que no los conocen ni acaso saben su idioma, los recibirán con flechas como inútiles para su pasto espiritual, y que llegando el caso de querer salir los Padres, sólo lo conseguirán después de dejarlos enterrados, porque antes no lo permitirán, aunque quisieran, y primero les quitarán la vida que darles libertad para la fuga.
Sonaban sus colas al dar unas contra otras con ruido como el que harían huesos durísimos entrechocándose. Cuando tuvieron rodeado el banco, se detuvieron como si quisieran asegurarse de la clase de enemigo con quien tenían que habérselas.
Por encima de todo, en lo más alto de la pared, hay una estatua de Buda. Al salir del teatro, los anamitas van hablando mucho, como enojados, como si quisieran echar a correr, y parece que quieren convencer a sus amigos cobardes, y que los amenazan. De la pagoda salen callados, con la cabeza baja, con las manos en los bolsillos de la blusa azul.
A Cirilo se le apretó el corazón. Aquella alegría de su pobre esposa, ciega en lo mejor de la vida, le removía las entrañas como si quisieran arrancárselas. No pudo contestar; hubo una larga pausa. De repente Visita aproximó su rostro al suyo y le besó en los ojos. ¡Ya sabía que estabas llorando...! No llores, tonto... ¡Si soy feliz, enteramente feliz! ¿Qué importa que no pueda ver esas montañas?
Tal vez le faltase colocación; tal vez los otros capitanes no quisieran de él, por considerarle habituado á una excesiva familiaridad; pero si era necesario, volvería á ser patrón de barca de cabotaje... ¡Adiós! Aquella noche no dormiría á bordo. Ferragut se indignó, hasta gritar de coraje: ¡Pero no seas bárbaro!... ¡Qué testarudez la tuya!... ¿A qué vienen esos escrúpulos exagerados?...
-Quédese eso del barbero a mi cargo -dijo Sancho-, y al de vuestra merced se quede el procurar venir a ser rey y el hacerme conde. -Así será -respondió don Quijote. Y, alzando los ojos, vio lo que se dirá en el siguiente capítulo. Capítulo XXII. De la libertad que dio don Quijote a muchos desdichados que, mal de su grado, los llevaban donde no quisieran ir
Un rico que gustaba de mezclarse con la gente pobre; no como los otros señores, que sólo se dejaban ver en los balconajes de los puentes para echar una mirada de lástima, huyendo apenas se volvían hacia ellos algunas cabezas, cual si no quisieran concederles ni el goce de la curiosidad.
Palabra del Dia
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