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Actualizado: 3 de mayo de 2025
Pues yo te digo... agregó Nicolás descompuesto, trémulo y no sabiendo si amenazar con los puños o simplemente con las palabras , yo te digo que eres un chisgarabís. ¿Qué alboroto es este? clamó doña Lupe entrando a poner paz . ¡Vaya con los caballeros estos! Ya les dije otra vez a los señores ojalateros, que cuando quisieran disputar por alto se fueran a hacerlo a la calle.
Nosotros continuó el consejero, mirando fijamente á Desnoyers como si esperase de él una declaración solemne deseamos vivir en buena amistad con Francia. El joven Julio aprobó con la cabeza, para no mostrarse desatento. Le parecía muy bueno que las gentes no fuesen enemigas. Por él, podía afirmarse esta amistad cuanto quisieran.
Se había jurado ser juiciosa hasta que encontrase un marido, y ninguna seducción fue bastante para desviar su decisión. »No faltaban hombres serios que quisieran casarse con ella; en los puertos de mar se les encuentra en abundancia.
El caballero y la señora nos observaban como si quisieran, entrar en el secreto de nuestra voluntad, de nuestras ideas, más que todo en el secreto de nuestros bolsillos, y yo me reputé obligado á valerme de una mentira. ¿Cómo no mentir en un país, cuya astuta mirada taladra hasta los huesos, como ciertos ácidos corrosivos?
Las Tullerías están situadas entre estos dos mundos antagonistas, como si quisieran participar del recuerdo del uno y de la fuerza del otro, presentándose como un tratado de paz entre ambos. El Luxemburgo es un palacio inmenso, grave, solitario, majestuoso.
Una de las cosas que más cautivaban a Jacinta era aquella costumbre de los patios amueblados y ajardinados, en los cuales se ve que las ramas de una azalea bajan hasta acariciar las teclas del piano, como si quisieran tocar. También le gustaba a Jacinta ver que todas las mujeres, aun las viejas que piden limosna, llevan su flor en la cabeza.
Siendo muy niño, había dado muerte, con una navaja, al hijo de un alguacil. Después de cuatro años de cárcel, como sus padres quisieran colocarle en una tienda de platero, se desgarró para siempre. Su repugnancia por todo oficio mecánico y un exceso de voluntad errabunda le arrojaron por el camino soldadesco.
Muchos seguían sus palabras abriendo desmesuradamente los ojos, como si quisieran absorberlas con la vista. Juanón y el de Trebujena asentían con movimientos de cabeza. Habían leído confusamente lo que decía Salvatierra, pero en boca de éste les conmovía como una música vibrante de pasión. El viejo Zarandilla no temió romper este ambiente de entusiasmo, interviniendo con su sentido práctico.
Quisieran los que guiaban a don Quijote castigar el atrevimiento de los muchachos, y no fue posible, porque se encerraron entre más de otros mil que los seguían. Volvieron a subir don Quijote y Sancho; con el mismo aplauso y música llegaron a la casa de su guía, que era grande y principal, en fin, como de caballero rico; donde le dejaremos por agora, porque así lo quiere Cide Hamete.
Don Juan rumiaba, moviendo sus desdentadas encías a derecha e izquierda como una cabra vieja, y sus ojillos alegrábanse al ver comer a la familia, y especialmente a Juanito. Podían decir lo que quisieran ciertas gentes; pero él, don Juan Fora, propietario y paseante perpetuo, sostenía que nada hay como la cocina casera y el comer en familia. ¡Vaya un modo de tragar, hijos míos!
Palabra del Dia
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