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Actualizado: 12 de junio de 2025
Pue tengo que darle a su mersé un recaíto...¿Quiere que entremo en el portal? Como usted guste repuse, fuertemente excitada mi curiosidad. Nos apartamos, en efecto, de la estrechísima acera, y ya dentro del portal, la mujer sacó del pecho una carta doblada y me la entregó. Rompí el sobre apresuradamente y fui derecho con los ojos a ver la firma. No la tenía. ¿De quién es la carta? De mi señorita.
Gallardo se regocijaba con este relato, especialmente al llegar al último punto. ¡Así!... ¡haces bien! decía con una alegría salvaje . ¡Duro con esas gachís! Tú las conoses. Así te querrán más. Lo peó que le pué pasar a un cristiano es achicarse con ciertas mujeres. El hombre debe haserse respetá.
¡Pero este D. Ramón cuándo se cansará de inventar patrañas! se decían los unos a los otros por lo bajo, todo por causa de aquella maldita reputación de embustero que había adquirido. Pue eztán bien atrazaiyo en Holanda, amigo Zaleta manifestó Valero, que no le dejaba pasar una.
Pa abreviá: que el otomóvil se etuvo un poco más ayá, y yo di una galopá pa reunirme con er señó y ajustar las cuentas. Un hombre que pué meter la bala aonde quiere, lo para too en er camino. Gallardo escuchaba asombrado al Plumitas hablar de sus hazañas de carretera con una naturalidad profesional. A usté no tenía por qué detenerle. Usté no es de los ricos.
-Vamos, prendita, no tenga usted miedo dijo el hombre del rabicoleto, cuando se quedó solo con Clara. Venga usted conmigo, y no tenga reparo, que yo soy un hombre pa otro hombre. ¿Pero se pué saber á dónde iba la personita? Yo la llevaré á usted, porque soy un hombre pa.... Voy á la calle del Humilladero. Del Humilla ... ¿que? Del Humilladero. Ya sé ... ¿pero pa qué va usted tan lejos?
Otras enseñanzas contienen también las comedias, que hacen llorar el corazón y los ojos más de lo que pue D. Tomás de Guzmán, profesor en Salamanca: Salamanca, 1683.
¡Virgen de la Soleá! ¡Mis hijos!... ¿Qué van a comé los pobres churumbeles si su pare no pué picá?... Carmen se levantó. ¡Ay, no podía más! Iba a caer desplomada si seguía en aquel sitio obscuro estremecido por ecos de dolor. Necesitaba aire, ver el sol. Creía sentir en sus propios huesos el mismo suplicio que hacía gemir a aquel hombre desconocido. Salió al patio.
Esto es lo que le hacía permanecer en su asiento, defendiéndose con debilidad de una hembra, a la que podía repeler con sólo el impulso de una de sus manazas. Por fin, tuvo que hablar: ¡Déjeme su mercé, señorita!... ¡Doña Lola... que no pué ser!
Yo digo que sea el duro pa la meicina; tú que sea pa los niños, y así ... verás cómo se ablanda... y pué que nos dé dos... partiremos: te daré á ti dos riales, y.... Anda, ven: ponte este pañuelo en la cara. Señora, yo tengo que hacer, no puedo dijo Clara, que creía no deber darle otra razón menos cortés. ¿Sabe usted dónde está la calle del...?
Está bien dijo solemnemente . Pero como aquí nadie viene sin pasaje y el buque no pué retroceer por vosotros, vais a golveros nadando a Tenerife. La isla está allí cerquita. Y señalaba la costa que se veía en lontananza, entre la borda del buque y el filo del toldo. El oficial se acariciaba impasible la barba rubia mientras el intérprete traducía sus órdenes.
Palabra del Dia
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