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Actualizado: 26 de junio de 2025
Ya en este tiempo se había levantado Sancho Panza, algo maltratado de los mozos de los frailes, y había estado atento a la batalla de su señor don Quijote, y rogaba a Dios en su corazón fuese servido de darle vitoria y que en ella ganase alguna ínsula de donde le hiciese gobernador, como se lo había prometido.
Doña Mencía custodiaba en él a un huésped, o, mejor dicho, a un prisionero. Su primo D. Diego había exigido que le custodiase, imponiéndole además como un deber el abstenerse de preguntar el nombre del huésped, el cual, por su parte, había prometido también no revelar su nombre.
Dijo en esto Sancho Panza a su amo: -Mire vuestra merced, señor caballero andante, que no se le olvide lo que de la ínsula me tiene prometido; que yo la sabré gobernar, por grande que sea.
Yo no creo que haya tales Cortes dijo Amaranta porque las Cortes no son más que una cosa de figurón, que hace el rey para cumplir un antiguo uso. Como ahora estamos sin rey... ¿Pues no ha de haber? Nada; vengan esas Cortes. Cortes nos han prometido, y Cortes nos han de dar. Pues poco bonito será este espectáculo.
Resuelto el problema de los minutos, me encontré en una feliz disposición de ánimo y almorcé con apetito. Por la tarde fui al palacio de Padul, según había prometido a Gloria. Isabel estaba en casa de las de Enríquez. El conde se disponía a salir en coche, a ver los toros que debían lidiarse al día siguiente.
De lo que no me olvido es de aquel ruidoso examen tuyo en que presidía la mesa el profesor López Azúa, que no pudo salir con su gusto de aplazarte. Y me lo tenía prometido formalmente. Es cierto, prosiguió Muñoz, y recuerdo su argumento: no podía dejar pasar a un alumno que tenía ideas contrarias a la doctrina que él exponía en su libro de texto.
Su rostro adquirió luego una expresión de burla. Supongo que te habrá cantado alguna trova nueva y divertida. Ni nueva ni divertida. Me ha cantado lo de siempre... Pero me ha prometido no darme más jaqueca. ¡Déjalo, hija mía! exclamó haciendo un gesto desdeñoso. Déjalo que se desahogue... ¡Si á mí no me importa!
En ese momento se abrió la puerta del salón y Juan entró. Bruscamente, tuvo bajo sus ojos este grupo: María Teresa, al lado de su prometido, sentados en un sillón, e inclinada hacia él, en tanto que Huberto estrechaba en su mano la mano de la joven. El pobre Juan tembló, pero por un esfuerzo de voluntad se dominó; ¿no era aquél un espectáculo al que debía habituarse?
¡No ha de ser sólo por buscar correspondencia!... don Ricardo decía Baldomero mientras armaba un cigarrillo cuyo papel, en el extremo exterior pasó por la lengua alisando luego la parte humedecida, con la yema del pulgar pasada de punta a punta. Y por pasear un poco, Baldomero. ¡Y por hacer alguna visita!... No haría más que cumplir lo prometido.
Pero nuestro amor al duque no es menos grande. Debéis comprender nuestra ansiedad cuando, a pesar de nuestra tercera llamada, no ha acudido junto a nosotros. ELSA. ¿Cómo? ¡No ha acudido! EL CONDE. Me llenáis de asombro. ¿No está con vosotros el duque? ¿Dónde está entonces? Desde muy de mañana esperamos con los brazos abiertos al noble prometido de mi hija.
Palabra del Dia
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