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Actualizado: 26 de noviembre de 2025
Se había prometido no salir de casa, y la casa empezaba a parecerle una cárcel demasiado estrecha. Una mañana despertó pensando que aquel año no había cumplido con la Iglesia. Además ya podía salir de su caserón triste para ir a misa. Sí, iría a misa en adelante, muy temprano, muy tapada, con velo espeso, a la capilla de la Victoria que estaba allí cerca. Y también iría a confesar.
Una de éstas había tomado pie de la afición desatinada que Soledad tenía al confite más exquisito de la Andalucía, á las famosas «yemas de San Leandro». Velázquez le había prometido traerle un cartucho de ellas, pero se le olvidó: recordóselo la joven, volvió á prometérselo y volvió á olvidársele. Soledad, no tengas cuidado... de hoy no pasa, hija mía.
Levantábase de madrugada, tomaba la carabina, llamaba a los perros y lanzábase al través de los campos, llegando la mayor parte de los días a la noche, rendido, con algunas perdices en el morral y un hambre de caníbal. Cuando las excursiones eran más cortas, Cecilia le acompañaba, según le había prometido.
»Nada puede dar idea de la cólera y de la furia de aquel loco a la vista del hombre que le robaba el corazón en el cual se había prometido reinar; llenó la casa con sus amenazas y sus gritos, y no temió provocar a mi padre, cuya paciencia se agotó ante aquella nueva prueba de audacia.
Mientras Teresina estuvo en el despacho, el Magistral la siguió impaciente con la mirada, algo fruncido el entrecejo, como esperando que se fuera para seguir trabajando o meditando. Hasta que tuvo el café delante no recordó que él solía decir misa; que era un señor cura. ¿La tenía? ¿Había prometido decirla? No pudo resolver sus dudas. Pero la seguridad con que Teresa procedía le tranquilizó.
Deseaba verla profesar, pero alegre, lozana, llena de vida; no apareciendo como una víctima, sino con el deleite, el gozo y la satisfacción de una esposa que vuela á los brazos de su gallardo y feliz prometido.
Es la lisonja llave maestra, que abre a todas voluntades en tales pueblos. Y porque no se le haga dificultoso lo que digo, oiga mis sucesos y mis trazas, y se asegurará de esa duda. Libro Segundo: Capítulo VI: En que prosigue el camino y lo prometido de su vida y costumbres.
»Señor cura: »Ya no se casa nuestra señorita. Como tengo gran confianza en el buen San Pablo, había prometido al gran apóstol dar un paso cerca de usted en el caso de que nuestra señorita no se casara con el señor que ha venido con motivo de las antigüedades de la señora. »Cumplo mi voto. »Pienso, señor cura, que Santa Catalina no es una verdadera solterona, puesto que murió joven.
El objeto del Rey era únicamente destronar á Aluch-Alí y apoyar á Muley-Mahomet; pero D. Juan de Austria, su general, esperaba fundar para sí un reino independiente en África, para lo cual se le había prometido el favor del Papa.
El joven pensó en morir. ¿Qué le quedaba que hacer en este mundo? Muerta Magdalena, ¿qué lazo podía unirle a esta mísera existencia? ¿No lo había perdido todo con su amada? No le restaba otra cosa que reunirse con ella, como ya se lo había prometido a sí mismo tantas veces desde que estuvo seguro de que no había remedio. Amaury razonaba de este modo: Una de dos: o hay otra vida o no la hay.
Palabra del Dia
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