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Los trozos se amontonaban en su plato y desaparecían con una tan notable velocidad, que llegó un momento en el que mi tía, el cura y yo quedamos con el tenedor en el aire, contemplándole con honda admiración. Ya os había prevenido nos dijo riendo, que tenía una hambre de caníbal, lo que me sucede trescientas sesenta y cinco veces por año.

El ejecutar con el cuchillo, degollando y no fusilando, es un instinto de carnicero que Rosas ha sabido aprovechar para dar todavía a la muerte formas gauchas y al asesino placeres horribles; sobre todo, para cambiar las formas legales y admitidas en las sociedades cultas, por otras que él llama americanas y en nombre de las cuales invita a la América para que salga a su defensa, cuando los sufrimientos del Brasil, del Paraguay, del Uruguay invocan la alianza de los poderes europeos a fin de que les ayuden a librarse de este caníbal que ya los invade con sus hordas sanguinarias. ¡No es posible mantener la tranquilidad de espíritu necesaria para investigar la verdad histórica, cuando se tropieza a cada paso con la idea de que ha podido engañarse a la América y a la Europa tanto tiempo con un sistema de asesinatos y crueldades, tolerables tan sólo en Ashanty o Dahomey, en el interior de Africa!

Inmediatamente declaró que tenía una hambre de caníbal y aceptó con un desenfado que me encantó. Me esquivé un instante para ir a afrontar el mal humor de Susana. Susana dije entrando con agitación en la cocina, el señor de Couprat come con nosotros. ¿Tenemos algún pollo gordo, leche, fresas, cerezas? ¡Ah, Señor! ¡cuánta cosa! refunfuñó Susana; hay lo que hay y nada más.

Faltáronnos los jóvenes de la Escuela Politécnica para que encabezasen a una ciudad que sólo pedía una voz de mando para salir a las calles y desbaratar la mazorca y desalojar al caníbal. La mazorca, malogradas estas tentativas, se encargó de la fácil tarea de inundar las calles de sangre y de helar el ánimo de los que sobrevivían a fuerza de crímenes.

Que siquiera deseen para sus hijos mejores tiempos que los que ellos alcanzan; porque no importa que hoy el caníbal de Buenos Aires se canse de derramar sangre, y permita volver a ver en sus hogares, a los que ya trae subyugados y anulados, la desgracia y el destierro. Nada importa esto para el progreso de un pueblo.