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Actualizado: 13 de julio de 2025


Abrazole D. Alonso con mucho cariño, y él se sentó a nuestro lado. Estaba herido en una mano, y tan pálido por la fatiga y la pérdida de la sangre, que la demacración le desfiguraba completamente el rostro. Su presencia produjo en mi espíritu sensaciones muy raras, y he de confesarlas todas, aunque alguna de ellas me haga poco favor.

Penetrado en parte de esta idea y en parte infinitamente más grande de la emoción que le produjo la inesperada ternura de su novia, repuso con acento conmovido: Escucha, María..., ya sabes que yo no soy ni he sido nunca un incrédulo... Es verdad que he mirado con cierta tibieza las prácticas religiosas, pero también debes saber que éste es un vicio frecuente en los jóvenes y particularmente entre los militares... Por lo demás, te lo digo con toda la sinceridad de mi alma, jamás me ha abandonado la fe que mi santa madre me inculcó en la niñez.

Le importaba mucho conocer con exactitud el estado de Germana y llevar la cuenta de los días que le quedaban de vida. El señor de La Tour de Embleuse le confió un día todas las cartas del doctor Le Bris. Su lectura produjo en ella tal impresión que hubiera caído enferma de no ser más fuerte que todas las enfermedades. Se vio traicionada por el médico, por el conde y por la Naturaleza.

Cuando ya no cupo duda de que Egor Timofeievich Pomerantzev, el subjefe de la oficina de Administración local, había perdido definitivamente la razón, se hizo en su favor una colecta, que produjo una suma bastante importante, y se le recluyó en una clínica psiquiátrica privada.

Para disipar desde luego esta sospecha, produjo el calumniado el irrecusable testimonio de once de sus compañeros de cárcel, todos de las familias más nobles de España, que hicieron su más cumplido elogio.

Casi no se le veían más que los ojos, y como estos eran tan bonitos, muchos se le ponían al lado y le pedían permiso para acompañarla, diciéndole mil cuchufletas. Recordó entonces otros tiempos infelices, y la idea de tener que volver a ellos le produjo dolor muy vivo, despejándole la cabeza de las quimeras que se le habían metido en ella.

Más al suspender el cuerpo, a pocas pulgadas de la tierra, reventó la cuerda; y Arriaga, aprovechando la natural sorpresa que en los indios produjo este incidente, echó a correr en dirección a la capilla, gritando: ¡Salvo soy! ¡A iglesia me llamo! ¡La iglesia me vale!

La broma produjo gran algazara en la muchedumbre. Volvió a reinar el silencio. La corbeta comenzaba a virar, apoyada en el cabo de tierra, que rechinaba con la tensión. La gente del muelle se puso a hablar con la de a bordo. Pero ésta se mostraba silenciosa, taciturna, atendiendo a las maniobras más que a las preguntas que les dirigían.

Tal, en resumen, fue el hombre, y tales las prendas principales del hombre que concibió y produjo el poema de FAUSTO. La idea de FAUSTO le acompañó siempre: fue la mayor preocupación de su vida. Su realización completa comprende también su vida toda.

Al tirar del cordel grasiento, el mismo tañido lúgubre, que tanto había impresionado al P. Gil la vez primera que puso los pies en aquella casa, produjo a ambos un estremecimiento de temor y ansiedad. No tardó en oírse la voz cascada de Ramiro. ¿Quién es? Gente de paz. ¿Quién es? tornó a preguntar. Soy yo, Ramiro. Abre respondió el sacerdote.

Palabra del Dia

godella

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