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Actualizado: 17 de mayo de 2025


En la proa de la barca estaba el tío Ventolera, viejo marinero que había navegado en buques de diversas naciones, y era el acompañante de Jaime desde que éste llegó a Ibiza. «Cerca de ochenta años, señor», y no dejaba un solo día de embarcarse para pescar. Ni enfermedades ni miedo al mal tiempo. Tenía el rostro curtido por el sol y el aire salitroso, pero con pocas arrugas.

A la Puná su rumbo enderezando, Que allí lleva su proa, y su designo, Llegó estando todos descuidados, Por donde fueron presto saqueados.

Sentado sobre el puente de proa, al lado de los timoneros, contemplé con inmenso placer el cielo trasparente y azul, las altas serranías de los Andes, las selvas, el rio y cuanto formaba el panorama; y desde el fondo de mi corazón agradecido, bendecía todas las revoluciones, los heroicos esfuerzos y la abnegación de los hombres y los pueblos que, dando su sangre á lo pasado, le han conquistado á la posteridad los progresos de la época actual y del porvenir.

Yo había perdido mi afición a andar por el combés y alcázar de proa, y así, desde que me encontré a bordo del Santa Ana, me refugié con mi amo en la cámara, donde pude descansar un poco y alimentarme, pues de ambas cosas estaba muy necesitado.

Uno de los que iban a proa la cogió y la sujetó. Nuestro bote dió un salto al ser arrastrado por la goleta y comenzó a hundir la proa en el agua.

Si el submarino pasaba ante él, lo atacaría con la proa; si intentaba perseguirle, podría responderle con el cañón. Su humor aventurero le hizo ansiar uno de estos encuentros. Faltaba en su vida un combate marítimo. Quiso ver cómo se portaban estos hombres silenciosos y modestos que habían hecho la guerra en tierra y contemplado la muerte de cerca. No tardó en realizarse su deseo.

Todo el buque tembló de la quilla al extremo de los topes, de la proa al timón, con un estremecimiento mortal, como si unas tenazas invisibles acabasen de inmovilizarlo en plena carrera. El capitán quiso explicarse este accidente. «Hemos encallado se dijo ; un escollo que no conozco; algo que no figura en las cartas...»

No volverán». Al decir esto, un terrible chasquido sonó bajo nuestros pies en lo profundo del sollado de proa, ya enteramente anegado. El alcázar se inclinó violentamente de un lado, y fue preciso que nos agarráramos fuertemente a la base de un molinete para no caer al agua. El piso nos faltaba; el último resto del Rayo iba a ser tragado por las olas.

Juanillo corrió por la borda con la segura tranquilidad de un pillo de playa. Cuidado, muchacho, cuidado. Pero él ya estaba en la proa, y se sentó junto al botalón, escudriñando la negra superficie del mar, en cuyo fondo se reflejaban como serpeantes hilos de luz las inquietas estrellas.

El mar seguía cada vez más furioso; las nubes corrían por el horizonte de una manera tan rápida que producían el vértigo. En esto, una ola de aquellas cilíndricas, como hueca, se nos echó encima, vino en diagonal tan rápida, tan súbita, que no hubo tiempo de ponerle la proa.

Palabra del Dia

hociquea

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