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Actualizado: 17 de mayo de 2025
Ante la proa chisporroteaban las alas de tafetán de los peces voladores, abriéndose sus enjambres como escuadrillas de diminutos aeroplanos. Sobre la arboladura cubierta de lonas trazaban largos círculos los albatros, águilas del desierto atlántico, extendiendo en el purísimo azul el enorme velamen de sus alas.
En los freos amontonábanse las olas con remolinos furiosos, pero bastaba un golpe de barra, una desviación de la proa, para quedar al abrigo de una isla, balanceándose la barca en aguas tranquilas, paradisíacas, límpidas, con un fondo visible de extrañas vegetaciones, en el que bullían los peces entre chisporroteos de plata y relámpagos de carmín.
Pero decidme, señor barón. Esos perros han visto ya el escudo y pendón que llevamos á proa y popa y saben que tenemos dos nobles á bordo, dijo Golvín. Ya había pensado yo en ello, pero no es de caballeros ni de jefes de tropas reales el ocultar su presencia.
Los nuestros han limpiado la popa de enemigos y adelantan, con el barón á la cabeza. ¡Bravo Simón, buen golpe! Reno se bate como un tigre. El genovés, aunque bandido, es un valiente, no hay que dudarlo. Ha conseguido reunir á su gente en la proa.... ¡Por la Cruz de Gestas, ya cayó un arquero, y otro! ¡Maldito Carleti! Pero allá va el barón, á dar cuenta de él. ¡Mira, Roger! El barón ha caído....
Por la proa llegaba el viento del Nuevo Mundo, la respiración de una tierra de valerosos sin escrúpulos ni remordimientos, donde el absurdo triunfa, siempre que vaya acompañado de la tenacidad y la audacia.
No llega allí ruido humano, y esa calma callada hace que el corazón busque instintivamente algo que allí falta: el espíritu simpático que goce a la par nuestra, la voz que acaricie el oído con su timbre delicado, la cabeza querida que busque en nuestro seno un refugio contra la melancolía íntima de la soledad... ¡Proa al Norte, proa al Norte!
El ancla fue arrojada á 50 metros de distancia, y todo el mundo, por gozar de las emociones del trabajo, fué á mezclarse con los marineros para darle vuelta al torno de proa y hacer salir el buque del banco de arena que lo rodeaba.
Solamente algunos jóvenes, estudiantes en su mayor parte, fáciles de reconocer por su traje blanquísimo y su porte aliñado, se atrevían á circular de popa á proa, saltando por encima de cestos y cajas, alegres con la perspectiva de las próximas vacaciones.
En días de tormenta, cuando las olas barrían la cubierta de proa ó popa y los marineros avanzaban recelosos, temiendo que se los llevase un golpe de mar, Caragòl sacaba la cabeza por la puerta de la cocina, despreciando un peligro que no podía ver.
A la caída de la tarde la violencia de la tormenta había terminado; cesaron los truenos, se apagaron los relámpagos, é inmediatamente la luna, asomándose por la cumbre lejana, pareció dispersar por el cielo los jirones de nube, lo mismo que un navío rompe con su proa las flotantes islas de alga.
Palabra del Dia
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