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Actualizado: 30 de abril de 2025
Los dos cómplices entraron en la habitación, y lo primero que hirió la vista de Mantoux fue el puñal de que le había hablado el duque. ¡Y bien! exclamó la viuda ; ¿el señor de Villanera se ha acostado? Sí, señora. ¡Infame! ¿Qué han dicho mientras comían? No han hablado de la señora. ¿Ni una palabra? No; pero después de comer, el señor duque me ha preguntado la dirección de la señora.
Haréis mal; es demasiado cerca, enviadla á su país. ¿A Asturias? Eso es. No hablemos más de esto. Hablemos de lo otro. ¿Qué os ha dicho la madre abadesa? ¡Oh! ¡oh! me ha preguntado quién es la dama á quien ama en palacio mi sobrino. ¿Y vos qué le habéis dicho? Yo... nada. ¿Y qué ha replicado la abadesa? Me ha llamado ciego. ¿Y qué más?
«A ver, ¿qué tal?... ¿cómo es?... ¿es guapa?» había preguntado doña Lupe a Nicolás con vivísima curiosidad. Aunque el insigne clérigo no tenía cierta clase de pasiones, sabía apreciar el género a la vista. Hizo con los dedos de su mano derecha un manojo, y llevándolos a la boca los apartó al instante, diciendo: «Es una mujer... hasta allí». Doña Lupe se quedó desconcertada.
Mi pobre hija estaba sonriente; yo he rogado por ella, la he exhortado, con la misma calma y tranquilidad que si se hubiese tratado de cualquier otro acto natural de la vida; ella ha preguntado por diversas personas: ¿Están enteradas? decía.
No, no, por cierto. Bueno dijo mi padre radiante, entonces la palma es de Máximo... Te aseguro, querido papá, que no lo sé y que nunca me he preguntado semejante cosa. Mi único pensamiento, que ha absorbido todos los demás, ha sido no serte molesta, no disgustarte y tratar de hacerme querer un poco. Todo lo demás me es igual. Mi padre me atrajo hacia sí y me besó tiernamente. ¡Pobre hija mía!
El caminante dijo que aquella madrugada habían encontrado con aquellos pastores, y que, por haberles visto en aquel tan triste traje, les habían preguntado la ocasión por que iban de aquella manera; que uno dellos se lo contó, contando la estrañeza y hermosura de una pastora llamada Marcela, y los amores de muchos que la recuestaban, con la muerte de aquel Grisóstomo a cuyo entierro iban.
-Si por principales va -dijo Sancho-, ninguno más que mi amo; pero el oficio que él trae no permite despensas ni botillerías: ahí nos tendemos en mitad de un prado y nos hartamos de bellotas o de nísperos. Esta fue la plática que Sancho tuvo con el ventero, sin querer Sancho pasar adelante en responderle; que ya le había preguntado qué oficio o qué ejercicio era el de su amo.
Mi encomio de Clarita estaba muy en su lugar, porque de Clarita voy á hablarte. Me consta, como su director espiritual que soy, que te obedecerá en todo; pero dime, ¿no consideras tú que para algunas cosas, de la mayor importancia, convendría consultar su voluntad? ¿Y quién ha informado á V. de que yo no la consulto cuando conviene? ¿Has preguntado, pues, á Clara si quiere casarse tan niña?
No conozco a estos caballeros mas que para servirles; jamás leo periódicos; pero me escamo cuando los papeles hablan mucho de un hombre. Ahora sólo se habla de los grandes pecadores: los santos viven en la obscuridad. Luego de una larga reflexión, había preguntado: ¿No estarán entre estos señores Voltaire y Garibaldi? El hermano Vicente no conocía mayores impíos.
¿Qué me importa tu prima? exclamé con enfado . Tú no sospechabas que viniera a sorprenderte. ¿Pero estás loco?, doña María no me quita los ojos. Vaya al diantre doña María. Respóndeme, Inés, a lo que te pregunto, o gritaré y escandalizaré para que nos oigan hasta los sordos. Pero si no me has preguntado nada. Sí te he preguntado. Pero tú haces que no oyes, y no quieres responderme.
Palabra del Dia
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