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Actualizado: 30 de abril de 2025
Iba á marcharse ya pero se acordó de que los exámenes se acercaban y su profesor no le había preguntado todavía ni parecía haberse fijado en él: ¡buena ocasion era aquella para llamar la atencion y ser conocido!
¡Venganzas de campana, o como quien dice, puñaladas por la espalda! Y los ladrones saben lo que vale un buen campana. Una vez me dijo uno, habiéndole yo preguntado que "a qué se dedicaba por ahora". ¡Vea, señor, tengo un campana que ni de oro..., y trabajo de católico! ¿De católico? Sí, señor...; es decir, ando con el asunto de las limosnas para el hospital..., ¡y al que me cree lo ensarto!
Me parece que trató de decirme: «Estoy orgullosa, mi querido Domingo» o «está bien». Velaba sus ojos una lágrima; ¿era de interés, de compasión o solamente efecto de involuntaria conmoción de joven tímida? ¡Quién lo sabe! Muchas veces me lo he preguntado sin lograr concretarlo. Salimos. Yo arrojé mis coronas en el patio de las aulas antes de franquear la puerta por última vez.
Amigo le respondió el preguntado, con expresión doliente y afligida, la semilla asombrosa... pero... no quisiera decírselo a usted. ¡Hombre! ¿qué? Nada: la semilla, como digo, asombrosa, pero el santo salió flojillo. Los ministeriales, efectivamente, amigo lector, no quisiera decirlo, pero salieron también flojillos.
Traía Mauricia un mantón nuevo y a la cabeza un pañuelo de seda de fajas azul-turquí y rojo vivo, delantal de cuadritos y falda de tartán, y en la mano un bulto atado con un pañuelo por las cuatro puntas. «¿No está doña Lupe?» dijo sentándose sin ninguna ceremonia. Ya le he dicho que no replicó Papitos con mal modo. No te he preguntado a ti, refistolera, métome-en-todo.
La obscuridad crecía, y al fin viniera a ser completa si el resplandor de un reverbero fronterizo no se quebrase en los cristales de la ventana. La vista de la luz hizo saltar en el diván a Lucía. Es de noche exclamó siempre en alto. Atropelláronse en su mente mil pensamientos. De seguro que ya habrían preguntado en la fonda por ella.
El padre Aliaga estaba profundamente pensativo. El rey oraba. El bufón se bebió de un trago la copa. Ahora bien dijo , y ya que sabéis que Dorotea no es ni mi hija, ni mi amante, ¿qué queréis de ella? ¿por qué me habéis preguntado por ella? Basta, basta dijo el padre Aliaga ; me siento malo, y con la venia de vuestra majestad me retiro. Id con Dios, padre Aliaga, id con Dios dijo el rey.
Sí, padre, y ha dicho que sí. ¿Le has preguntado si aceptará por marido á D. Casimiro? Sí, padre, y también ha dicho que sí. ¿Y no serán parte el temor y el respeto que inspiras á tu hija en esas respuestas? Creo que no merezco sólo inspirar á mi hija respeto y temor, sino también cariño y confianza.
Preguntó don Fernando al captivo cómo se llamaba la mora, el cual respondió que lela Zoraida; y, así como esto oyó, ella entendió lo que le habían preguntado al cristiano, y dijo con mucha priesa, llena de congoja y donaire: ¡No, no Zoraida: María, María! -dando a entender que se llamaba María y no Zoraida.
¿Tú eres Agustín de Avila, alguacil de casa y corte? dijo el duque. Humildísimo siervo de vuecencia dijo el corchete mientras Quevedo apuntaba en el libro de su memoria el nombre y la catadura del preguntado. ¿Has visto á don Rodrigo Calderón que está herido en mi casa? Sí, señor. Te habrá dado instrucciones.
Palabra del Dia
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