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Actualizado: 9 de octubre de 2025
Entonces Jacobo Melín abrió tranquilamente la portezuela opuesta de la diligencia, tomó la mano a la señora, con aquella decisión y seguridad que un sexo indeciso e inseguro sabe admirar, y en un instante descendiola hasta el suelo. Yuba-Bill, el cochero, desde la banqueta donde estaba, no pudo reprimir una sonora carcajada.
Cuando calculé que ya íbamos á entrar en las calles, me asomé por la portezuela, y dirigí un saludo con la mano a Nuestra Señora de Paris, como quien se despide de un amigo.
«¡Chaumont! ¡Diez minutos y fonda!» Aquí es donde Delaberge ha de bajar. Arregla su equipaje y se asoma a la portezuela buscando en los andenes al inspector provincial, su antiguo camarada de Escuela a quien advirtió de su llegada y en cuya casa se ha de hospedar. Allí está, en efecto, el inspector buscando también a su amigo.
Apareció, al fin, la litera del Padre de los Maestros, sostenida por ocho universitarios jóvenes, que jadeaban sudorosos después de esta ascensión en espiral. Se abrió la portezuela de la caja portátil y salió Momaren, con su birrete de cuatro borlas y una toga de cola larguísima, que se apresuraron á sostener dos aprendices de profesor.
Aquí, ayudaban a descargar un carro; más allá, abrían la portezuela de un carruaje; pedían a todos, y las manos caritativas daban y daban, como si la tosquedad del trabajador manual despertase mayor compasión.
Yo asomé la cabeza por la ventanilla de la carroza, y al ver un animal monstruoso que adelantaba con una rapidez horrible por el sendero junto al cual estaba mi servidumbre, grité: Apartáos, caballeros, apartáos, yo os lo permito . Unos por miedo, otros por afición á la caza, se apartaron lejos ó siguieron al jabalí; don Rodrigo no se movió de junto á la portezuela, á pesar de que el jabalí pasó tan cerca de él que le hirió, aunque débilmente, el caballo, y quedó solo al lado de la carroza; toda mi servidumbre: picadores, monteros, guardias, se habían alejado.
Una idea extravagante cruzó por la cabeza de Bettina, inclinose sobre la portezuela y exclamó, acompañando sus palabras con un pequeño saludo con la mano: ¡Adiós, mis pretendientes, adiós! Luego se echó bruscamente para atrás, presa de un acceso de risa nerviosa. ¡Ah, Zuzie, Zuzie! ¿Qué hay? Un hombre con una bandera roja en la mano... me ha visto... ¡me ha oído!... ¡Y se ha quedado asombrado!...
Aquí, y gracias, pues no tengo dinero. Y con la firmeza de un testarudo se mantuvo en su puesto. Yo estaba sentado junto a él; mis rodillas en sus espaldas. Entraba en el departamento un verdadero huracán. El tren corría a toda velocidad; sobre los yermos y terrosos desmontes resbalaba la mancha roja y oblicua de la abierta portezuela, y en ella la sombra encogida del desconocido y la mía.
Apenas habrá un espectáculo más original, más extraño y curioso, que estudiar una poblacion como Paris desde la portezuela de un carruaje. Cada calle nueva, cada nueva plaza, cada barrio distinto, cada diferente localidad, se nos presenta como si fuese un lienzo que se va desdoblando de un interminable panorama.
La cabeza se me abrasa, y parece que me vuelvo toda uñas...». Salieron las señoras. Fortunata vio primero a una de pelo blanco, después a Jacinta, después a una pollita que debía de ser su hermana...; vio terciopelo, pieles blancas, sedas, joyas, todo rápidamente y como por magia. Las tres entraron en el coche, y el lacayo cerró la portezuela. ¡Pero qué cosas!
Palabra del Dia
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