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Actualizado: 9 de noviembre de 2025
El joven vaciló todavía con la mano en la portezuela; pero Clementina repitió aún con más fuerza, y ruborizándose: No vaya usted. No vaya usted. Raimundo manifestó sonriendo a Lola: Perdone usted, señora. Hoy no puedo ser lacayo sino de Clementina. Otro día tendré el honor de serlo de usted.
Recorrió el coche la calle Mayor, atravesó el puente del Azucarero, la calle de San Nicolás, y tomó por la carretera de Logroño. Al salir del pueblo, una patrulla carlista se acercó al coche. Alguien abrió la portezuela y la volvió a cerrar en seguida. Va la madre superiora de las Recoletas a visitar a un enfermo dijo el demandadero con voz gangosa.
Un grito: "¡Dios mío! mi tía!" se oyó en el interior del coche; pero la portezuela golpeó, vigorosamente atraída, y el ruido de las ruedas ahogó el resto de las quejas de Herminia. En el salón de baile los invitados se removían con ardor. Mauricio sacó su reloj y vió que eran las once y media. Hacía algunos momentos ya que Herminia había desaparecido.
¡Che, tartanero... para! Y abalanzándose a la portezuela, la abrió con estrépito e invitó a subir a Tono, que retrocedía con asombro.
Ella no responde, se acurruca otra vez en su rincón y ya no vuelve a despegar los labios... La lluvia ha cesado, pero el viento ruge por entre las junturas de la portezuela; de pronto, un relámpago... e instantáneamente un retumbo. Los caballos dan un salto hacia la zanja. Grito: ¡Firmes las riendas, Juan!
La misma perplejidad que asaltó a Currita asaltóle a él también al notar que faltaba el número 4; la dama, ahogándose de ira, veíale marchar con la mano puesta en la llave de la portezuela, como si acechase el instante de salirle al encuentro.
Sentí en la cara como un golpe de agua fría. Al abrir los ojos vi el departamento solo; la portezuela de enfrente estaba cerrada.
¡Hola! ¿Me conoces? Y sin aguardar la contestación se metió adentro y cerró la portezuela. Julián.... Julián gritó a su amigo antes de abrir la mampara del escritorio . Vengo a hacerte un favor.... ¡Qué suerte tienes, maldito! Mándame esas londres a casa. ¡Hola! exclamó el banquero con sonrisa triunfal . ¿Las necesitas? ¡Si, f...., sí!
Al fin se volvieron otra vez, sin caer, al sitio misterioso de donde brotan. El coche llegó a la Puerta de Alcalá. Clementina lo hizo detener delante de la calle de Serrano. Conviene que te bajes aquí. Estás cerca de tu casa. Raimundo, sin decir palabra, abrió la portezuela. Hasta el sábado, Mundo.... No dejes de ir.... Ya sabes que te espero. Al mismo tiempo le apretó la mano con fuerza.
Y había tal expresión de humildad y angustia en sus palabras, que me sentí avergonzado de mi brutalidad y le solté. Se sentó otra vez, jadeante y tembloroso, en el hueco de la portezuela, mientras yo quedaba en pie, bajo la lámpara, cuyo velo descorrí. Entonces pude verle. Era un campesino pequeño y enjuto; un pobre diablo con una zamarra remendada y mugrienta y pantalones de color claro.
Palabra del Dia
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