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Cerca de ellos estaba un coche, la portezuela se abre, ambos suben, el carruaje empieza su marcha.... Todo está perdido; ya no hay remedio. Al dia siguiente estaban en Livorno; al otro dia en Génova; al tercero en Marsella, al cuarto en Paris. Se hospedan en uno de los muchos hoteles de la calle de Buenavista, de la calle en que estamos nosotros, casi enfrente de nuestro hotel.

Al salir ella, dejólo caer y trató de seguirla; pero a la puerta estaba un carruaje esperándola. El lacayo, sombrero en mano, le abrió la portezuela, y los caballos arrancaron al instante con velocidad. ¿Qué es eso, D. Raimundo? le dijo el dependiente, viéndole entrar de nuevo en la tienda . ¿Le ha hecho a usted impresión mi parroquiana?

El distinguido jurista y un diputado de la cámara saltaron del carruaje y permanecieron junto a la portezuela dispuestos a ayudar a la deidad en su descenso, mientras que el coronel Estrella, de Siskyon, cargaba con su sombrilla y su saco de mano. Esta multiplicidad de galanterías produjo una confusión y retardo momentáneos.

Todavía hablábamos con la familia americana, cuando, delante de nosotros, se para un coche, abre el lacayo la portezuela, y asoma una mujer de hermosa figura. Pone el pié en el estribo, se suspende el traje, habla con el lacayo, y así se estuvo un par de minutos, como para que nosotros admirásemos el bello contorno de su pierna.

Al subir en el primer vagón que encontró al paso, le pareció ver los velos de las dos señoras desapareciendo detrás de una portezuela que se cerraba. En la estación de Salerno volvió á columbrarlas ocupando un carruaje de alquiler que se perdía en una calle próxima.

Fueron inútiles cuantas gestiones hizo para averiguar su paradero. Afortunadamente la Providencia se encargó de llevarlo a sus brazos. Santiago reía unas veces, lloraba otras mostrando siempre el carácter franco, generoso y jovial de cuando niño. Paró el coche al fin. Un criado vino a abrir la portezuela. Llevaron a Juan casi en volandas hasta su casa.

Y como permaneciese de pie con la portezuela abierta esperando que la señora bajase, ésta le dijo con alguna impaciencia: Cierra, yo no salgo del coche. La sorpresa del lacayo fue mucho mayor. Habló en voz baja con el cochero, bajó éste del pescante, tomó otra vez la orden de la señora y se dispuso a cumplimentarla.

Cuando el tren pasó por la linde del parque se agitó un pañuelo en una portezuela, pero Raúl, en pie en su ventana, con un cigarro en la boca, no respondió siquiera a aquel tímido adiós y una vez que el último vagón hubo desaparecido en una nube de humo, lanzó un suspiro de satisfacción y dijo: ¡Al fin!... Un estreno es siempre penoso.

Entre éstos distinguió Martín los dos jacos en cuyos lomos fueron desde Zumaya hasta Estella. El coche, un landó viejo y destartalado, tenía un cristal y uno de los faroles atado con una cuerda. Bajó las escaleras Martín embozado en la capa, abrió la portezuela del coche, y dijo a Bautista: Al convento de Recoletas. Bautista, sin replicar, se dirigió hacia el sitio indicado.

De pronto agarró un brazo del marino y le gritó con energía, como si acabase de hacer un descubrimiento por la portezuela del coche: «¡Calderón de la BarcaFerragut saludó. «, señoraLa joven, después de esto, creyó necesario presentar á su compañera. La doctora Fedelmann... Una sabia en filología y en letras.