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Actualizado: 10 de julio de 2025


A las cuatro de la tarde seguí por el Rio de Jujuy, y á poco trecho me salieron como unos 100 Mataguayos de la reduccion de Centa, y dándoles unas regalias me despedí de ellos. el rio vueltas de naciente á poniente, y sus orillas pobladas de sauces y montes: habiendo andado 7 leguas, paramos entre unos sauces al lado del poniente.

La bahía, penetrando en la tierra vigorosamente, se ensancha en el, interior en una especie de círculo oblongo, y por todos lados la costa es el término de colinas notablemente bellas, pobladas de quintas, palacios, bosques artísticos de pinos y encinas, jardines espléndidos, sementeras de cereales y huertas de frutas y legumbres.

Cada vez que el confidente y el enamorado pasaban cerca de un farol, la luz se proyectaba en la fisonomía de Borrén, siempre movida, agitada y descompuesta, cómica a pesar del exagerado carácter viril que a primera vista le imprimían los cerdosos mostachos, las pobladas cejas y la prominente nuez.

La cara redondita y pálida, la nariz algo corta, pero con unos ojos hermosos, cobijados por las grandes cejas, que, pobladas de sobra, tendían a juntarse, formando una sola línea.

Los montes de donde nacen aguas del arroyuelo son de una mediana elevación: verdes hasta la cima, aparecen afelpados por los prados de sus hondonadas; las pequeñas colinas que le rodean están pobladas de bosque, y los terrenos para el pastoreo, medio cubiertos por los azulados vapores del aire, tapizan las altas pendientes.

Desplegada la vela, atravesaron el canal y salieron al mar, poniendo proa al Nornoroeste, para mantenerse alejados de aquellos grupos de islas que se extienden por el estrecho de Torres y que están pobladas de caníbales. El viento que soplaba al Sudeste, favorecía la marcha de la chalupa, la cual se deslizaba por las aguas del golfo con una velocidad media de cinco a seis millas por hora.

Permanecimos en silencio algunos instantes; después Sarto, frunciendo las pobladas cejas y retirando su pipa de la boca, dijo dirigiéndose a : A medida que el hombre envejece cree en el hado. El hado lo ha traído a usted aquí y el hado lo lleva también a Estrelsau. ¡Cielo santo! murmuré, retrocediendo tembloroso. Tarlein me miró con viva ansiedad. ¡Imposible! dije sordamente. Lo descubrirían.

Después del descubrimiento del Nuevo Mundo, los soldados españoles, á millares, se aventuraban con heroísmo inusitado en medio de tierras desconocidas, á través de los bosques, pantanos, barrancos y montes, y en regiones pobladas de enemigos; iban siempre adelante, y cada una de sus etapas se marcaba con la muerte de muchos de ellos; pero los que quedaban avanzaban sin detenerse, esperando hallar al fin, en recompensa de sus esfuerzos, esa agua maravillosa cuyo contacto les haría vencer á la muerte.

Un hombre que se cree Zumalacárregui, un Zumalacárregui auténtico que sacrifica su genio y su dignidad militar a ambicioso príncipe sin más talento que su fatuidad ni más idea que su ambición; un país que abandona en masa hogares, trabajo, campo y familia por conquistar una soberanía que no es la suya y una corona que no ha de aumentar sus derechos; ríos de sangre derramados diariamente entre hombres de una misma Nación; clérigos que esgrimen espadas, moribundos que se confiesan con capitanes, villas pobladas por mujeres y chiquillos; cerros erizados de frailes y poblados de hombres lobos, que deliran con la matanza y el pillaje, son incongruencias que repetidas y condensadas en un solo día y lugar pueden hacer perder el juicio a la mejor templada cabeza y hacer dudar de que habitamos un país cristiano y de que el Rey de la civilización es el hombre.

A otro día, al rayar el alba, vinieron todas las mujeres con niños en los brazos para que los bautizase; y habiendo sabido que habían venido allí los indios Curucarecás para ajustar paces con los Manacicas, los hizo llamar, y congregados al pie de la cruz extinguió todo el odio de ambas naciones con una fervorosísima plática y les hizo efectuar con juramento mutua paz y amistad; y para colmo de sus júbilos concurrieron allí también al mismo tiempo los Zoucas, Sosiacas, Iritucas y Zaacas, que la misma noche antecedente tuvieron aviso de su venida; y si se hubiese detenido aquí dos días más hubiera visto gente de otras muchas Rancherías, porque en aquel contorno, por la parte que tira al gran río Marañón, están las tierras muy pobladas; pero sus compañeros, recelando que las lluvias no cerrasen los caminos, quisieron volverse luego, con que se vió precisado el Santo Padre á retirar la mano de aquella mies que ya estaba sazonada para la siega; y despedido de aquel pueblo, que sintió mucho su partida tan imprevista, se previno para dar la vuelta, y queriendo montar á caballo le cerraron en rueda todos los Manacicas para servirle y le quisieron acompañar por largo trecho del camino, con no poca admiración del P. Lucas, que jamás había visto tal cortesía en las otras bárbaras naciones con quienes había tratado.

Palabra del Dia

gallardísimo

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