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De soltera fué una coquetuela redomada: trajo al retortero los hombres, gozando en acapararlos todos, prodigando las mismas sonrisas insinuantes, idénticas miradas abrasadoras al hijo de un duque que a un empleadillo de ocho mil reales, al viejo de venerable calva y nariz arremolachada que al mancebo de veinte años gallardo y apuesto, al rico como al pobre, al noble como al plebeyo.

Confieso que he querido vengarme de este desprecio, y aun convertirlo en acto de aprecio, haciendo sentir a vuecencia que valgo más de lo que imagina. Ahí está tu equivocación, Juanita dijo don Andrés . Yo no he creído que te menospreciaba y que te humillaba al requebrarte. Sobre poco más o menos, tan plebeyo soy yo como y tan humilde es mi cuna como la tuya.

Puede suceder asimismo que el monarca sea un ignorante, porque si se reina por derecho divino, no se estudia ni se aprende sino por esfuerzo propio, quemándose las pestañas como cualquier simple mortal. «Un rey ignorante es un asno con corona», según siglos hace dijo uno de ellos, Alfonso V. El estudio es un trabajo plebeyo, y no está bien que los reyes desciendan a ocupaciones propias de los vasallos.

Y como la infeliz Ramona carece del valor que para el suicidio premeditado se requiere, o bien, si el valor no le falta, su conciencia moral o religiosa le veda cometer tan horrendo crimen, Ramona opta por el otro término del dilema, y bien se ve, al terminar la novela, que va a incurrir en un pecado más feo, más sucio y más plebeyo, aunque menos feroz y menos contrario que el suicidio al orden natural y a la razón y a la voluntad divinas.

Esto no será muy bonito, pero es tan noble y distintivo que guay del plebeyo que sin haber sido siquiera directorcillo ó juez de sementeras, osara profanar aquella parodia de frac, que tiene por faldones faldamentos. No queremos se nos olvide decir que la camisa oficial es blanca y la chaqueta negra.

Mediante una cláusula de dos líneas en el acta de matrimonio. ¿Y usted prefiere mejor condenar a su hija, a su esposa y hasta condenarse a mismo, antes que prestar su nombre a un niño extraño? ¿Cree usted que con eso cometería un crimen de lesa nobleza? ¿Es que no sabe usted a qué precio se ha conservado la nobleza en Francia y en todas partes desde las Cruzadas? ¡Cuántos nombres salvados por milagro o por habilidad! ¡Cuántos árboles genealógicos rejuvenecidos por un injerto plebeyo!

El aislamiento del pequeño mundo clerical era tan completo, que una muralla separaba la ciudad ó fortaleza eclesiástica del barrio aristocrático y el mercantil ó plebeyo. En aquellos tiempos en que la iglesia era militante y cada obispo un soberano mas ó ménos poderoso, el templo tenia por lo común el aspecto ó la posicion de una fortaleza, y cada canónigo tenia el aire de un combatiente.

Es indecible el efecto que este artificio produce; tal pensamiento no mas que superficial, pasa por profundo, merced á su disfraz grave y filosófico; tal otro que presentado desnudo fuera una vulgaridad, mostrándose con nobles atavíos oculta su orígen plebeyo; y una proposicion que enunciada con sequedad mostraria de bulto que es inexacta ó falsa, ó quizas un solemne despropósito, es contada entre las verdades que no consienten duda, si anda cubierta con ingenioso velo.

Entiéndase que, por amor a la verdad y a la equidad, y no para adulación o lisonja del vulgo plebeyo, me atrevo a afirmar lo que afirmo, en contra de la flamante y curiosa aristocracia cuyas doctrinas sostiene el señor Gener, y que se funda o cree fundarse en la egregia cultura de aquella pequeña parte de nuestro linaje, que, a lo que parece, es humanidad ascendente y se acerca ya a formar núcleo o grupo de superhombres.

Si fuera posible trasladar al lector á las gradas de San Felipe, capitolio de la chismografía política y social, ó sentarle en el húmedo escaño de la fuente de Mari-Blanca, punto de reunión de un público más plebeyo, comprendería cuan distinto de lo que hoy vemos era lo que veían nuestros abuelos hace medio siglo.