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Doña Luz se convenció de que doña Manolita no había tenido intención de deslustrar en lo más mínimo la pureza de sus relaciones amistosas con el P. Enrique; y doña Manolita hizo por convencerse y hasta se convenció por el momento de que el P. Enrique, ni siquiera como Dante amó a Beatriz, como Petrarca amó a Laura, o como don Quijote amó a Dulcinea, era capaz de amar a doña Luz; porque, siendo él un fraile y ella una señorita muy bien educada y honestísima, tal amor, por alambicado, espiritual e incorpóreo que fuese, tenía un no qué de indecorosamente plebeyo y de grotescamente pecaminoso que con la condición de su bella y soberbia amiga se ajustaba muy mal.

Al saber la determinación de Abu Hafáz, Gláfira se enfurece: dice que la que espera ser reina de Hesperia, de las islas adyacentes y de parte del Magreb, no puede resignarse a ser esposa o amiga de un mercader cualquiera, de un plebeyo renegado de la vencida y dominada raza española. Considera además delirio lo que Abu Hafáz pretende. Pronto llegaría a saberlo el sultán y tomaría cruda venganza.

LA noche es la suprema aristocracia. La noche es una dama misteriosa, como Ligeia, como Eleonora, las mujeres litúrgicas, transparentes y ultraterrenales de Edgardo Poe. El día es un poco plebeyo con tanto escándalo de sol, con tanta greguería ramplona. ¡Noche! Viciosa querida bohemia, como una alta dama que va a la busca de emociones raras entre los hampones y las busconas.

Ni el mío afirmó Petra. A me gustará comerme el dinero de un marido muy rico. ¡Comerte el dinero! objeté. ¿Es eso todo lo que ves en el matrimonio? Evidentemente respondió Petra con su gran aspecto de las cruzadas. Comprenderás que si me caso con un plebeyo rico, no voy a pasar el tiempo en amar a ese caballero... Amar a su dinero y hacerle valsar, es otra cosa...

Debemos advertir aquí que en Oriente no es el asno, como en nuestros países, animal plebeyo y vilipendiado, sino que, por el contrario, goza de notable crédito y suele servir de cabalgadura a las personas graves, constituidas en dignidad y que conviene que caminen con reposo y pausada prosopopeya.

Como no sabía la costumbre feudal de la casa, no tiró más que una vez. Tardaron en abrirle juzgándole plebeyo. La sorpresa del criado fue grande al ver a aquel terrible señor, que tanto respeto infundía en la ciudad, y se apresuró a pedir perdón de no haber acudido más a tiempo a abrirle. El barón preguntó por don Pedro Quiñones.

La dignidad de su pasión había hecho del niño un hombre, y como el plebeyo que se ennoblece, miraba a su antiguo autócrata con respeto, pero sin miedo. Como Nicolás visitaba algunos días a Fortunata para enseñarle la doctrina cristiana, doña Lupe se ponía furiosa. Tantas idas y venidas decía ella que le tenían revuelto el estómago.

Yo he tenido ciento veinte mil, señor, sin haber hecho nunca nada, ni bueno ni malo. ¡Y no me apartaré de las tradiciones de mis antepasados para obtener menos de la mitad! Me permito llamarle la atención, señor duque, sobre el hecho de que la familia Villanera es digna de tal alianza. El mundo no encontraría nada que decir. ¡No faltaría más sino que se me ofreciese un yerno plebeyo!

Todo lo que su figura tenía de plebeyo lo disimulaba el traje masculino; ni las gruesas muñecas, ni el recio pelo dañaban a su gentileza, que era de cierto notable y extraordinaria. La comparsa recorrió los talleres, bailando y cantando, recibiendo bromas de las señoras, y alegrando la oscuridad de las salas con la nota blanca y azul de sus trajes.

Los nobles ricos buscaban a las aristócratas ricas, sus iguales; los nobles pobres buscaban su acomodo en la parte nueva de Vetusta, en la Colonia india, como llamaban al barrio de los americanos los aristócratas. Un indiano plebeyo, un vespucio como también los apellidaban pagaba caro el placer de verse suegro de un título, o de un caballero linajudo por lo menos.