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Actualizado: 16 de octubre de 2025
Siempre que se habla de Tárrega, se nombra también á Gaspar de Aguilar, que floreció al mismo tiempo, y, según parece, estuvo ligado á él por los lazos de la amistad. Este Aguilar, á quien se llama el discreto valenciano, sirvió al conde de Chelva y al duque de Gandía. Nada más se sabe de su vida; pero se dice de su muerte que fué motivada por la aflicción que le acometió á consecuencia de no haber agradado, como merecía, un elegante epitalamio que escribió para solemnizar las bodas de un magnate. Sus comedias se asemejan tanto, en todas sus cualidades, á las de su paisano y contemporáneo, que hasta para los más entendidos es difícil distinguirlas. Sus bien trazados argumentos, su pintura de caracteres y su elegante y viva exposición, las avaloran en no escaso grado, aunque no merezcan por esto que se cuenten entre las más notables de su patria. La fantasía de Aguilar, no del todo infecunda, no era, con mucho, tan rica, ni su vena poética corre tan copiosa y abundante como la de Lope, siendo, por tanto, incapaz de impresionarnos y arrebatarnos; pero moviéndose, á su vez, en más cómodo terreno, lo libertaba de incurrir en los extravíos á que llevan con demasiada frecuencia las imaginaciones exuberantes. Su comedia más famosa se titula El mercader amante , celebrada por Cervantes y por otros. He aquí, en compendio, su argumento. Belisario, mercader acaudalado, ama á dos doncellas, y no sabe por cuál decidirse, puesto que antes desea asegurarse de si la inclinación que ambas le muestran, reconoce por causa su fortuna. Pretexta, para averiguarlo, que pierde sus bienes por una desgracia, y concierta un plan con Astolfo, que ha de ayudarlo, y en cuyas manos pone sus riquezas, para desvanecer completamente sus dudas. Astolfo, rico ya en apariencia, enamora á las dos beldades: una de ellas abandona en seguida al pobre amante, y prefiere al rico; pero la otra sufre la prueba, y sale de ella victoriosa. El desenlace se adivina sin trabajo, descubriéndose que son fingidas la pobreza de Belisario y la riqueza de Astolfo, y casándose la fiel con su amante. En esta comedia (caso, en verdad, raro en las antiguas españolas), se observan con rigor las llamadas unidades de lugar y de acción, y la de tiempo tampoco se quebranta abiertamente, cualidad, por cierto, que, sin duda, fué muy alabada por los partidarios de estas reglas; pero á nuestros ojos menos meritoria que la multitud de gratos detalles y notables pinturas de carácter, que realzan su fábula vulgar. En Los amantes de Cartago refiere Aguilar la historia de Sophonisba, y no, en verdad, sin ingenio ni trágica grandeza. También en Venganza honrosa nos ofrece algunas situaciones verdaderamente interesantes, y nos da favorable testimonio de su talento para trazar y desenvolver un plan dramático. Porcia, hija del duque de Mantua, accediendo á los deseos de su padre, se casa con Norandino, duque de Milán, aunque prefería á Astolfo, duque de Ferrara. Astolfo, profundamente afligido por la pérdida de su amada, la pretende aun después de casarse, y se encamina disfrazado á Milán, en donde despierta de nuevo su antiguo amor en el pecho de Porcia, persuadiéndola á que huya en su compañía. El engañado esposo sale en persecución de los fugitivos, sin lograr alcanzarlos, por cuya razón se decide á dirigirse disfrazado á la corte del duque de Ferrara para vengarse de su infiel esposa y de su seductor. En el camino se le presenta ocasión de salvar la vida á Octavio, hijo del gobernador de Ferrara, en grave peligro de perecer á consecuencia del insidioso ataque de un cierto Oracio.
La coleccion de cuadros de pinturas que se halla en la parte baja no contiene obras bien dignas de atencion. No sucede lo mismo respecto del bello y rico Museo Stoedel, fundado por un opulento negociante de ese nombre.
Despues de almorzar, se fuéron á pasear á una espaciosa galería, y pasmado Candido de la hermosura de las pinturas, preguntó de qué maestro eran las dos primeras.
Pasáronle por la mente ideas extrañas; la mancha del pecado era tal, que aun a la misma inocencia extendía su sombra; y el maldito se reía detrás de su infernal careta, gozoso de ver que todos se ocupaban de él, aunque fuera para escarnecerle. Nicarona dejó sus pinturas para correr detrás de los bergantes y de la zancuda, que también debía de tener alguna parte en aquel desaguisado.
Algunos cromos y unas pinturas horribles representando paisajes de Valldemosa y Miramar adornaban las paredes. Catalina, la hija de don Benito, bajó apresuradamente del piso superior. Llevaba aún polvos de arroz esparcidos en el pecho, revelando el apresuramiento con que había dado un último toque de adorno a su persona al ver llegar el carruaje.
Cuando le tuvieron vestido de esta suerte, le dijeron que mejor que careta, convenía que se pintase; a lo cual él se prestó. Tomó un chico el pincel y la caja de pinturas, y fingiendo que le embadurnaba con mil colores, le paseó el pincel largo rato por la cara, mojado en agua solamente. Pidió Marín un espejo para verse. Los maleantes jóvenes tuvieron buen cuidado de no proporcionárselo.
Una y mil veces ensayó de nuevo, mas nada pudo lograr. Con un hondo suspiro, se dispuso a guardar sus péñolas, pinturas y pinceles, y en ese momento oyó la campana que llamaba a maitines. ¡Seis horas sin lograr nada, pensó. Dios me perdone esta pérdida de tiempo! Se encaminó al coro lentamente, pensando sin cesar en su facultad perdida.
El palacio del Cardenal representaba el consorcio extraño de la cortesanía, de la religion, de la ciencia y del arte: alcázar, iglesia, teatro, pinturas y libros.
Despues de dirigir la última mirada al cuadro español, con cierto orgullo nacional, pasamos á una galería, y luego á un salon, en donde no hay otras pinturas que la apoteosis de Catalina de Médicis, por Rubens, por el gran Rubens.
Y las dos señoras iban á ver unas pinturas borrosas que demuestran cómo no hay nada nuevo y original en este mundo: figuras amarillentas y desnudas, iguales á primera vista, sin otra novedad que el exagerado abultamiento del sexo diferencial. Media hora después, Ulises abandonó su banco con las ojos fatigados por la inmovilidad severa de las ruinas.
Palabra del Dia
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