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Actualizado: 2 de mayo de 2025
El marqués permaneció silencioso y comenzó a pasear de través por el espacioso dormitorio. ¿A quién me aconsejas que se las pida? dijo parándose de pronto. A Salabert respondió Castro sonriendo burlonamente al espejo.
Tengo bastantes años para marchar solo contestó con sequedad ; y en cuanto á consejos, démelos cuando yo se los pida. Y murmurando otras palabras ininteligibles, le volvió la espalda para ir en busca de Elena. Quedó el español asombrado por la brusca respuesta de su socio. Después sintió indignación. «¡Esa mujer! pensó . ¡Hasta va á quitarme el mejor de mis amigos!...»
No es que yo te los pida, caso de que seas el de marras: te los recuerdo para que caigas mejor en lo que te quiero decir. »Si no fuese usted el que yo deseo, dispense la curiosidad y mande con franqueza á su seguro servidor »Silvestre Seturas. »P.D. El pleito, sin novedad.»
Levantose Artegui del sillón y acercose al fuego. Su gallarda estatura crecía al reflejo de la lumbre, y a Lucía, sentada en el suelo, pareciole más alto que de ordinario. Importa dijo él inclinándose que le pida a usted perdón. Yo no acostumbro decir ciertas cosas al primero que llega; pero a personas como usted todavía menos. He soltado mil necedades, que con razón asustaron a usted.
Pagarle su secreto al precio que pida. Di las gracias al abogado por su luminoso consejo; le pagué la consulta y salí. Pasó un mes. En vano esperé a Amparo. La Adela se me presentó de nuevo. La pregunté por ella. ¡Ah! está desconocida, me dijo; ha engordado. ¡Ya se ve! la cuido bien, o por mejor decir, la cuidamos bien. La enviaré por acá.
¿Serás capaz de negarte a cumplir los sagrados deberes de esposa y de madre sólo por no poder ser útil a tu tío? ¿Qué vas a responder cuando Dios te pida cuenta de tus actos? ¡Tienes que casarte, Antonia! Y cuenta que puedes tener aspiraciones muy altas. Aunque yo viva apartado de la sociedad no dejaré de conservar en ella mi influencia y mis amigos y podré proponerte un buen partido.
Luego, estrujándole con fuerza la máscara sobre el rostro, acabó por arrancársela con rabioso tirón. San Vicente desenvainó a su vez, y exclamando: «¡Muera!», se arrojó sobre su rival. Pero éste le esperaba ya con el acero tendido. Gonzalo se detuvo, y blandiendo furiosamente la espada, gritó de nuevo: Pida perdón el alevoso. Vos a mí, villano, por vuestras calumnias menguadas.
Lo siento a par del alma, señor marqués; puede creerme que hace tiempo no tuve un disgusto igual. El marqués se detuvo, con las manos sepultadas en los bolsillos. Leria, leria... murmuró . Es preciso hacerse cargo de lo que es la juventud y la robustez.... No me predique un sermón, no me pida imposibles. ¡Qué demonio!, el que más y el que menos es hombre como todos.
Este dejó de ocuparse definitivamente de la bandeja del desayuno, presintiendo la aproximación de algo muy importante. Tú has jurado que harás por mí todo lo que yo te pida... Tú no querrás perderme para siempre. Ulises protestó. ¿Perderla?... No podía vivir sin ella. Yo conozco tu existencia anterior: me la has contado... Tu nada sabes de mí, y debes conocerme, ya que soy tuya.
Señorita... respondió él en voz baja, por respeto al lugar sagrado. Tembláronle los labios y las manos se le enfriaron, pues creyó llegado el terrible momento de la confesión. Tenemos que hablar. Y ha de ser aquí, por fuerza. En otras partes no falta quien aceche. Es verdad que no falta. ¿Hará usted lo que le pida? Ya sabe que.... ¿Sea lo que sea? Yo....
Palabra del Dia
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