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Actualizado: 31 de mayo de 2025


Huyó la gente de para evitar el contagio, como si yo tuviera la peste. Hasta ese desventurado de Antoñuelo me insultó y me abandonó. Sólo don Paco fue constante en amarme y en respetarme. Pero, repito, ¿qué había yo de hacer?

Sin embargo, relacionándolos con las insinuaciones de esa mala peste de Sofía Jansien, tienen algo de alarmante. Por lo menos prueban la existencia, alrededor de mi pobre Luciana, de enemistades que no retroceden ante nada. Pero por dónde buscar esclarecimientos. Preciso será que la Jansien me explique sus frases ambiguas y sus reticencias.

¡Si hay cada gato en Madrid díjole el ministro, levantándose también , que se pierde de vista!... Y no lo digo precisamente por el joven Arturo, de quien, en honor de la verdad, nada que pueda afrentarle, aparte de ese afán que muestra siempre de darse una importancia que no tiene. Pero abundan otros pájaros de mucha cuenta, de los cuales hay que huir como de la peste.

Saliéronle al encuentro todos, hombres y mujeres, y le hospedaron cortesmente en su Ranchería, mas no con aquellas demostraciones de afecto que el Padre esperaba; y sin duda fué porque había ya algunos días que estaba hecha la Ranchería un hospital de enfermos y moribundos por una epidemia pestilente que hacía gran estrago en todos, y lo peor era que echaban la culpa al Padre, diciendo que por haber querido matarle, había hecho venir de otro lugar la peste para vengar su agravio.

Harto sabemos que hay pobres y ricos; peste, hambre y miseria; que tarde o temprano todos nos hemos de morir; que la sociedad pudiera estar mejor organizada; que hay más hambre que pan y más frío que capas, y más enfermedades que remedios, y más necesidades que recursos para satisfacerlas; pero la existencia de tanto mal no disculpa ni justifica el que produzcamos otro mal, que para nada nos vale, atormentándonos con lamentos y quejas y esmerándonos en las más prolijas y menudas descripciones de todos los vicios, podredumbres, crímenes, infamias y desventuras que hay sobre la tierra.

Hacíase esto por la salud del reino, y porque Dios le libertase de la terrible peste que á la sazon se padecia en Italia, y que el ignorante vulgo creía originada de los llamados polvos de Milán con que personas malignas inficionáran las aguas.

Que hay peste en nosotros, ya se lo he concedido a usted antes de todo, , señor, concedido; pero ¿qué peste es ella, mi señor don Alejandro? Este es el punto... digo, me parece a , y el clavo, , señor, muy doloroso. Efectivamente repuso Bermúdez mordiéndose los labios de inquietud , nada resuelve mi ejemplo en el sentido que usted desea. Vaya otro más al caso.

Porque eres hombre de buen olfato; y mientras estés en ella, siempre has de hallar tufo de peste. Es el único que anda ya por aquí... en cuanto vienes. Sonriose Guzmán y respondió, poniéndose el sombrero para marcharse: Puede que tengas razón... Vete, vete cuanto antes por ella. Y muy pocos días después salió de Madrid la marquesa para traer de Francia a su hija.

Entre tanto crecía la carestía, lloraban los pueblos y se podía temer con fundamento que la peste ó la desesperación destruyese aquella ilustrísima iglesia.

Recorriendo mis apuntes veo que hay todavía algo que decir de la iglesia de la Salud: en su sacristía, hay cuatro cuadros del Ticiano, gloria del arte; uno de ellos representa San Márcos: hay en la misma iglesia de la Salud una capilla separada dedicada á la Virgen, dos elegantes columnitas, estatuas de mármol; se edificó en 1670 despues de una asoladora epidemia; la peste está allí representada por una vieja, excelente idea.

Palabra del Dia

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