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Actualizado: 30 de junio de 2025


Después de infinitas ramificaciones por las calles y casas, el agua de los acueductos, ya sucia por el uso y mezclada á impurezas de toda clase, emprende nuevamente su camino para alejarse de la ciudad donde engendraría la peste.

Los dos indios encontraron de allí á algunas leguas á los huídos, y por más que hicieron, sólo les pudieron reducir á que bajasen donde estaban los Padres. Procuraron éstos que volviesen á la Reducción; mas sólo consiguieron por entonces esperanzas de que se volverían acabada la peste.

Recuerdo que cuando llegó al país, tenía un gran mono doméstico, que vestía de criado, y con el que se entendía perfectamente. Este animal era una verdadera peste para la comarca, y sólo un hombre sin educación y sin decencia podía ocuparse en disfrazarlo.

La única cosa buena que ha hecho en su vida la tal viuda es concertarse con Satanás para enviar pronto al infierno a su galopín de marido y librar la tierra de tanta infección y de tanta peste. Ahora le ha dado a Pepita por la virtud y por la castidad. ¡Bueno estará todo ello! Sabe Dios si estará enredada de ocultis con algún gañán, y burlándose del mundo como si fuese la reina Artemisa.

El año 1348, año de triste recuerdo en la historia de Aragón por la peste desoladora que afligió el reino, las Córtes que se celebraban en Zaragoza, hubo necesidad de trasladarlas a Teruel que ya estaba libre de la epidemia.

El cochero observaba con cierta tristeza que la raza de los animalitos de papel desaparecía cada año como si tambien les atacase la peste como á los animales vivos.

Las aguas del Guadalquivir por una parte talaban las riberas, llevando consigo las casas, los árboles, las gentes i los ganados, i por otra la peste destruia las ciudades, cortando con la mayor presteza el hilo de muchas vidas. E comenzaron á sentenciar para quemar en fuego. E sacaron á quemar la primera vez á Tablada seis hombres é mujeres que quemaron.

Pues bien, muchas veces se me ha ocurrido que si la peste y otras plagas se llevasen la mitad de la gente que hoy vive en los dominios del señor rey Eduardo, los que quedasen podrían habitar buenas casas, trabajar poco ó nada y vivir en la abundancia. ¡Miren por dónde asoma el arpista! exclamó maese Verdín.

Otro rotulaba con una cifra el remedio vencedor de la más inconfesable de las enfermedades, y la peste genital seguía azotando al mundo.

No tardó mucho la ira del cielo en vengar el atrevimiento de aquellos malvados y desagraviar la Santa Cruz, porque se encendió entre ellos una peste que hizo tal estrago que en breve quedaron muertos aun los menos culpados en aquel delito, siendo muy pocos los que escaparon de aquella parcialidad.

Palabra del Dia

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