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¿Y os persiguió también ese hombre? dijo con la voz alterada y demudado el semblante Miguel.

Leonora, loca de amor y de despecho, le persiguió, fue a llamar a su puerta como una criada, sintió una amarga voluptuosidad viéndose por primera vez despreciada y desconocida, hasta que una reacción de carácter hizo renacer en ella su antigua altivez. Se acabó el amor. ¡Adiós a los artistas! Gente muy interesante, pero nada quería ya con ellos.

Al volver del destierro pagó los esfuerzos de los que él llamaba sus vasallos con la más fría ingratitud, con la más necia arrogancia, con la anulación de todos los derechos proclamados por los constituyentes de Cádiz, con el destierro ó la muerte de los españoles más esclarecidos; encendió de nuevo las hogueras de la Inquisición; se rodeó de hombres soeces, despreciables é ignorantes, que influían en los destinos públicos como hubiera podido influir Aranda en las decisiones de Carlos III; persiguió la virtud, el saber, el valor; dió abrigo á la necedad, á la doblez, á la cobardía, las tres fases de su carácter.

Por espacio de dos días su imagen le persiguió sin cesar: después, las ocupaciones y placeres a que estaba entregado con alma y vida la fueron alejando poco a poco de su imaginación. Pasó el verano en Madrid, porque no osaba ir otra vez a Riofrío. Los calores no le probaron bien.

Relevado D. Camilo Polavieja por el Capitán General D. Fernando Primo de Rivera, éste anciano guerrero persiguió en persona á los revolucionarios con tanta firmeza como humanidad, logrando reconquistar toda la provincia de Cavite y arrojando á los rebeldes á las montañas.

Fui arrojado un día en medio de la sociedad, que me rechazó, que me persiguió, que hizo todo lo posible por que sucumbiese. Lo mismo que pasa exactamente en un bosque en la época de la germinación y durante el desenvolvimiento de los árboles nuevos. Los árboles grandes me interceptaban el sol y la lluvia benéfica, me robaban el alimento de la tierra.

Pues sucedió que el rey de Francia, llamado Juan II, se puso al frente de cincuenta mil hombres y nos persiguió furiosamente.

Un indio, atravezado con una lanza por el pecho, tuvo la ferocidad de arrancársela con sus propias manos, y despues seguir con ella á su enemigo, todo el breve tiempo que le duró el aliento: y otro, á quien de un bote de lanza le sacaron un ojo, persiguió con tanto empeñó al que le habia herido, que si otro soldado no acaba con él, hubiera logrado quitar la vida á su adversario.

Mal lo hubiera pasado el valeroso caballero si no hubiera tenido un buen revólver de seis tiros, con el cual les apuntó exclamando: ¡Ahora vais á ver, cobardes, de qué os sirven las navajas! Los gañanes, al ver el arma, diéronse á la fuga. El caballero les persiguió largo trecho, obligándoles á echarse á un arroyo y pasarlo con el agua hasta la rodilla.

Habla de la hija, pero no de la madre. ¡Bastantes disgustos he tenido con la tal mujer, que tanto te persiguió! Pues la hija no te miraba con malos ojos... Señores, este hombre ha sido magnífico; lo es todavía. Y todas las mujeres, , todas, estaban con él como locas... habla, pues, á estos señores y no cuentes tus historias...