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A bien que no ha sido ello por falta de advertencias mías; pero este Celso, con ser tan hombre de fe, es de suyo tan... Todo eso lo decía ya, y casi lo gritaba, el bueno del Cura a la puerta del dormitorio de su amigo, donde le interrumpió el descosido razonamiento otra llamada como la de antes. ¡Sabas! ¡Sabas!

Pero al ver que el talabartero, que le inspiraba una irresistible aversión, se unía a estas burlas, perdió la calma. ¿Quién era aquel hambrón, que vivía colgado de su maestro, para discutir con él?... Y repeliendo toda continencia, sin reparar en la madre y la esposa del matador, y en Encarnación, que, imitando a su marido, fruncía el bigotudo labio y miraba despectivamente al banderillero, éste se lanzó cuesta abajo en la exposición de sus ideas, con el mismo fervor que cuando discutía en el comité.

Se le dio conocimiento de que casi todas las noches el coche de su sobrino se estacionaba en la calle de Provenza, y Arturo aguardaba de un momento a otro una seria explicación y una escena en la que estaba resuelto a mostrarse arrebatado por una ciega pasión que le hacía indigno, en adelante, de las bondades de su tío; pero éste no le dirigió el más leve reproche, y nuestro joven no sabía cómo explicarse tanta calma y una resignación tan evangélica.

De repente, cuando más descuidada estaba la familia, dejó oír un rumor amenazante. Allí dentro iba a pasar algo tremendo. Pero tanta fanfarronería de ásperas ruedas se redujo a dar la hora. Sonaron once golpes de cencerro. Doña Laura se levantó y las niñas dejaron la costura. La criada tomó el dinero de la compra. Isidora desapareció, mientras Emilia guardaba la máquina.

Esta idea de la bondad de la muchedumbre y de la desventura a que la condena un solo malvado que sobre ella impera o prevalece, es idea menos misantrópica que la de suponer que todos, o casi todos, somos perversos; pero es idea no menos falsa y muchísimo mas vulgarizada.

Que precisamente por serlo desde la infancia está autorizado... ¿A pegar?... Yo no te pego; te hago una observación amistosa. ; a ti te pasa lo que a esos chicos a quienes se les ha dicho que no deben señalar con el índice y señalan con el anular o con el meñique; pero señalan con el dedo...

Pues bien, señora, si este casamiento le conviene, y conviene igualmente á su señorita hija... Pero no, si él no me conviene... y no conviene á mi hija... Es un casamiento... ¡Dios mío, es un casamiento de conveniencia, eso es todo! ¿Debo comprender que es una cosa completamente arreglada? No, puesto que le pido consejo.

Todo esto vio Miguel con asombro y deleite. Su tío le llevó varios días al ensayo y le iba explicando minuciosamente lo que cada objeto del diminuto teatro significaba y para lo que servía. Los futuros intérpretes de Rossini y Donizetti le agasajaban mucho; pero una cosa no podía sufrir con paciencia, y era que todos al besarle o darle afectuosas palmaditas en el rostro le mostrasen compasión. ¿Dónde tienes a papá? En Sevilla, contestaba él. ¿Y qué fue a hacer a Sevilla? le preguntaban sonriendo. Miguel se encogía de hombros. ¿No fue a buscarte una mamá?

El resultado le satisfizo: la muchacha se estremeció de miedo, y sus ojos se llenaron de angustia. «¡Vamos, pequeña! pensaba, triunfante, Krilov . Parece que huirías de buena gana; pero ¿cómo? ¡Magnífico! ¡Espera, que aun hay másSe iba interesando en el juego, encontrando en él un placer.

eres para la estrella de la canción; pero no te diré como al final de ella: «Adiós para siempre, adiós». Si yo te perdiese después de ser amado, no qué sería de . que me quieres, Pepita, que me amas. La joven, con cierto pudor, resistíase á decir de viva voz lo que tantas veces había escrito en sus cartas. ¿No lo sabes? respondió evasivamente. ¿No te lo he dicho muchas veces?