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Y del árbol herido de tu vida un ramo en flor se desgajó violento; que fué rodando a la merced del viento hasta hundirse en la mar embravecida. Pero, al cogerlo Dewey de la playa, vio que era un gajo de la mar malaya florecido de perlas peregrinas. El que se desgajó de tu existencia, llevándose tu amor, tu , tu esencia, ¡el ramo en flor: mi patria, Filipinas! Julio, 1922.

Durante el día menudeaba el campaneo del portal, indicando que eran muchas las visitas de gente religiosa: por las tardes la dueña, ya entrada en años, salía a paseo en coche modestamente vestida, con aspecto humilde y luciendo en una muñeca, a modo de pulsera, un pequeñísimo rosario de oro y perlas.

Por fortuna no era difícil a las personas elegantes de por allí hablar siempre en verso, porque la menos instruida de todas ellas sabia de memoria millares de kasidas y de gacelas, apropósito para todos los casos, y que podían ensartarse unas en otras, como las perlas en un hilo, por medio de la prosa rimada.

Lucía está en el cuarto de Ana, vistiendo ella misma a Sol. Ella, se vestirá luego. ¡A Sol, primero! Mírala, Ana, mírala. Yo me muero de celos. ¿Ves? el brazo en encajes. Tomo; ¡te lo beso! ¡Qué bueno es querer! Dime, Ana, aquí está el brazo, y aquí está la pulsera de perlas: ¿cuáles son las perlas? Y ¿de qué iba vestida Sol?

Y mientras vosotros, seres de carne que necesitáis nutriros, engañáis vuestro estómago y el de vuestras mujeres e hijos con patatas y pan, abajo, las imágenes de palo se cubren de perlas y oro, con un lujo estúpido, sin que se os ocurra preguntar por qué el ídolo que no siente necesidades ha de ser rico, mientras vosotros no podéis satisfacer las vuestras viviendo en la miseria.

Sus ojos son dos luceros, como aquel grande y muy claro que está sobre el tejado de esa casa; su boca se compone de dos hojas de rosa; sus dientes hacen que todas las perlas echen a correr de envidia; sus mejillas son claveles abiertos, y cuando llora, sus lágrimas son diamantes.

Más de cien veces había querido comprárselo: le ofreció un precio exorbitante; le ofreció construirle una casa. La bruja no consintió jamás en trasladarse. Aquel espionaje constituía el mayor, quizá el único atractivo de su vida. Se mordió los labios con ira y respondió: Por eso, porque lo fisgo todo sin duda he sabido que te regala pendientes de perlas y te da palmaditas cariñosas en la cara.

Consistia en una túnica de tisú de oro y un albornoz de lo mismo, con un cinturon de oro purísimo sembrado de perlas y rubíes, tan gruesos y bellos que no sabia el rústico cristiano quitar de él los ojos mientras el oficioso hagib le endosaba la rica vestidura.

Denme a que Quiteria quiera de buen corazón y de buena voluntad a Basilio, que yo le daré a él un saco de buena ventura: que el amor, según yo he oído decir, mira con unos antojos que hacen parecer oro al cobre, a la pobreza riqueza, y a las lagañas perlas.

-Todo eso me parece de perlas -respondió Sancho-; y, si no fuera por la falta que para el camino nos había de hacer Rocinante, también fuera bien dejarle colgado. ¡Pues ni él ni las armas -replicó don Quijote- quiero que se ahorquen, porque no se diga que a buen servicio, mal galardón!