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Quiero decir, que no me paro en bordaduras, ni en apariencias, ni en riqueza; siendo vos lo que sois, además de ser hija de un duque y mujer de un conde, para que yo no os hubiese amado, era necesario que no os hubiera conocido. De modo que si yo hubiese sido la hija de un mendigo... Hubiera quitado las conchas y hubiera tomado las perlas. Desconfío todavía de vos. ¿Todavía?... Sois un abismo.

Allí estaba toda la aristocracia del Mercado, la sangre azul de la reventa, las mozas guapas y las matronas de tez tostada y espléndidas carnes, con su aderezo de perlas y pañuelo de seda de vivos colores.

Calmas la sed del césped que, al besarte, bebe tus cristales gota a gota. Y aunque el duro pedernal intente devorarte en su seno Te alejas juguetona, y corres a llevar tus virginales perlas A los más profundos huecos de las montañas.

Sus manos blancas y femeniles atormentaban la cadena de acero del reloj, y en el meñique de una de ellas rojeaba grueso carbunclo, al lado de otro aro inocente, sortija de colegiala, sobrado estrecha para el dedo, una crucecica de perlas sobre un círculo de oro. Y, en resumen, ¿de Miranda, no se sabe nada, nada? preguntó oído el relato. Nada hasta hoy afirmó gravemente Artegui.

Del cuello pendíanle sartas de perlas, cadenas de oro con docenas de sortijas enhebradas, que esparcían al moverse mágicos resplandores. La túnica y el delantero del manto iban chapados de relojes de oro prendidos con alfileres, pendientes de esmeraldas y brillantes, sortijas con piedras enormes cual guijarros luminosos.

El casamiento de Blanca Montifiori había reunido en su casa a las mujeres más lindas del día. El reportaje ya había hecho el inventario de los regalos. ¡Qué maravillas! Una novia como Blanca, fuera de los mil ramos que son de orden, no podía recibir sino diamantes, perlas y zafiros.

Cuando ya no podía tenerme de debilidad, me senté ante un frasco de malvasía y un jigote de carnero, y al primer bandazo se me vino encima el frasco, poniéndome de perlas ropilla y calzas, y el guiso fué á dar con salsa y todo en el santo suelo.

Falsas, escandalosamente falsas, hijo mío dijo riendo y mirando en torno de ella . Pero bien sabes que la mayor parte de las que llevan las otras no son mejores. ¡Ay, las perlas! Si se juntasen todas las que se lucen en el mundo, resultaría que el mar no tiene espacio para haber producido la décima parte. Se llevó á Miguel hacia el bar. Quería pedirle un favor.

Nadie se preocupaba de la seguridad de los viajes ajenos: cada uno que velase por mismo. Se confiaba en Dios y no se tenía miedo a nada. Una expedición al mando de un viejo capitán de Indias salía de Cádiz para la isla de las Perlas, en las costas de Venezuela.

No era yo de su parecer, y creía que, cuando menos, la compañía, por ejemplo, de don Sabas, nos hubiera venido de perlas. Que no y que no, y que ellos sabían muy bien lo que se pensaban. No dije una palabra más sobre el caso.