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A la vista teníamos la laguna, viendo elevarse perezosamente del cráter del volcán columnas de espeso y blanco humo. A la falda del Sungay se extendían diseminadas las casas de Talisay, adonde llegamos á cosa de las diez de la mañana.

Al rato el grupo calló, entregado de nuevo a su defensiva cacería de moscas. No vino más dijo Isondú. Había una lagartija bajo el raigón, recordó por primera vez Prince. Una gallina, el pico abierto y las alas caídas y apartadas del cuerpo, cruzó el patio incandescente con su pesado trote de calor. Prince la siguió perezosamente con la vista, y saltó de golpe: ¡Viene otra vez! gritó.

Al eco de los pasos de éste respondía en los matorrales un rumor de medrosas carreras y chasquido de hojas, viéndose pasar entre mata y mata, con ciega velocidad, un bulto de pelos grises con la cola en forma de botón. La fuga de los conejos hacía correr a los lagartos de color de esmeralda tendidos perezosamente al sol.

Los de Sevilla que trabajan en Triana y en la Cartuja hacen lo mismo. Unos y otros se encuentran en el puente, que hierve de transeúntes. Arrimeme perezosamente al petril, de espaldas al río, y contemplé con ojos distraídos aquel ir y venir mareante. El atractivo de mi contemplación eran las caras saladísimas de las cigarreras y trabajadoras de la Cartuja que allí suelen verse.

Las haciendas se alzaban perezosamente, entumecidas por el reposo de la noche y el terneraje lanzaba en tonos quejumbrosos gritos que parecían lamentos de agonizante, mientras al paso del break huían las vaquillonas y los pequeños novillos, haciendo cabriolas que tenían todo el dengue de mohines de burla, como si se los inspirase aquel grupo de viajeros que en procura de salud moral marchaban aceleradamente hacia regiones de inacabables melancolías.

De vez en cuando sonaba perezosamente una campana en las torrecillas de ladrillo rojo, llamando á gentes invisibles: se entreabría un portón con agudo chirrido, dejando ver una cofia monjil, blanca y almidonada y un rincón de huerto frondoso.

El pecho, ya formado, imprimía a la tela del traje una curva preciosa, y el talle fino solía tener ondulaciones hechas para inspirar deseos; a veces abría y estiraba los brazos, cerrándolos luego perezosamente, cual si en el aire hubiese algo que estrechar con amor. Si miraba sonriente, su fisonomía parecía sensual; cuando sentía enojo, su rostro cobraba expresión de virgen arisca y desabrida.

¡Ya, ya! volvió a gruñir el tabernero. Muy señor mío y mi dueño díjole don Simón, doblándose, descubriéndose y tendiéndole una mano; atenciones a las cuales correspondió Cuarterola tocando apenas el ala de su grasiento sombrero hongo con la extremidad del índice de su diestra, que sacó perezosamente del bolsillo, volviendo a hundirla en él en seguida.

Pero las mamas abandonaron, sus asientos perezosamente, estirándose el arrugado cuerpo del vestido de seda; y seguidas por las niñas, fueron al comedor, donde ya estaban el señor Cuadros y sus amigos. ¡Magnífica sorpresa! Todos los años se repetía, y no había nadie entre los invitados que no la esperase.

Finalmente, entróse nuestro mancebo en el cuarto donde por la mañana le encontramos, y mientras se desnudaba perezosamente y arreglaba con voluptuosidad las cortinas del lecho, no dejó de pensar un instante... ¿En quién, en quién pensaba el hijo único de D. Baltasar Rodríguez? Las palabras fugaces que se le escapaban una que otra vez de los labios eran incoherentes.