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Actualizado: 5 de junio de 2025
¡Por obligación...! Antes he sido su esposa ante Dios y los hombres, que su mujer. ¡Ah! perdonad; pero suceden, aun á la mujer más pura, cosas tan extraordinarias... y él, un Girón... audaz y apasionado como su padre... os repito que no os comprendo. Sin tener comprometido mi honor, me he visto obligada, por salvar á su majestad, á casarme con vuestro hijo.
Podéis iros, Montiño, confiando en mí. Perdonad, señor; pero antes tengo que deciros algo. ¡Qué! ¡La Dorotea!... ¡Dorotea! Sí; sí, señor: Dorotea la comedianta me ha dado para vuecencia esta carta. El duque la leyó.
Esto está convenido entre don Juan y yo. Eres, pues, una torpe. Perdonad, señora. Pero en fin, ¿don Juan está ahí? Sí, señora; ha venido con una mujer. ¡Con una mujer! ¿y qué trazas tiene esa mujer? Es joven, hermosa, viene ricamente vestida, y parece, según está de pálida y ojerosa, que ha pasado muy mala noche. ¿Dónde están? En el camarín. Vísteme.
El mismo Duguesclín observaba con evidente satisfacción el interés que en ellos despertaban la conversación amena de su esposa, sus puras y elevadas ideas y la ilustración nada común de que daba clara muestra sin la menor pesadez ni afectación. Perdonad, dijo por fin el guerrero francés. Tan noble y grata compañía merece digno albergue y este ventorrillo no puede ofrecéroslo para pasar la noche.
Nuestra felicidad, aunque sea merecida, parece que les humilla y apenas nacida se disponen á acabar con ella. Perdonad, señores míos... En este momento no puedo sentirme alegre porque temo, en verdad, la envidia de los dioses. Una carcajada estrepitosa acogió tan severas palabras. ¡Imposible, imposible encontrar en el mundo un hombre más chistoso que el dorio!
Dichosa, porque os ama un hombre que... perdonad... no os enojéis, no voy á hablaros de mi hermano Felipe, sino de mi amigo Juan Girón y Velasco, que os adora... con toda su alma, como un loco. ¡Juan Girón y Velasco, habéis dicho! exclamó doña Clara, á quien había hecho conmoverse de una manera profunda aquel segundo apellido, añadido al nombre del joven.
Hubo un momento en que Juan Montiño acercó demasiado su semblante al de Dorotea. Dorotea retiró el suyo, y dejó ver en él una dolorosa seriedad. Perdonad dijo Juan Montiño , estoy loco. Perdonad vos más bien dijo Dorotea , pero por vos y para vos soy una mujer nueva. No hablaron más durante algunos segundos. La seriedad de la joven pasó, como pasa un nubladillo por delante del sol.
Perdonad, pero fuísteis atrevido é imprudente... Yo creía que érais otra mujer... una dama principal y nada más, y quise que me quedase algo vuestro por donde pudiera encontraros. Cuando vi esa joya, ya no tenía remedio... ya habíais desaparecido... entonces me pesó haberos hecho escuchar...
Oíd dijo Quevedo á uno que atravesaba la antecámara, llevando una fuente vacía. ¿Qué me mandáis, señor? contestó deteniéndose el lacayo. Llevad á este hidalgo á donde está su tío. Perdonad, señor; pero ¿quién es el tío de este hidalgo? El cocinero del rey. Seguidme dijo el joven á Quevedo, estrechándole la mano. Nos veremos contestó Quevedo. ¿Dónde? Adiós. ¿Pero dónde? Nos veremos.
¡Ah, perdonad, señora!... dijo don Bernardino siguiendo á los jóvenes, que se encaminaban á unas estrechas, negras y horribles escaleras ; yo ignoraba que... como dicen que don Rodrigo Calderón... Está herido y medio muriéndose, ¿no es verdad? dijo Dorotea. Subían por las escaleras. Me espanta la serenidad con que habláis y las galas que vestís. Como que estoy de boda. ¿Os casáis?
Palabra del Dia
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