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Actualizado: 5 de junio de 2025


Y por lo que hace á la desigualdad de fuerzas, creed que me infunde gran confianza el aspecto de aquel galeón amarillo que allí me espera, y que con mi gente á bordo no temeré los ataques de dos ni de tres barcos piratas. Hoy mismo nos haremos á la vela. Perdonad, señor barón dijo entonces uno de los que acompañaban al corregidor.

Acabada esta larga conversacion, hizo el buen viejo poner un coche tirado de seis carneros, y dió á los dos caminantes doce de sus criados para que los llevaran á la Corte. Perdonad, les dixo, si me priva mi edad de la honra de acompañaros; pero el rey os agasajará de modo que quedeis gustosos, y sin duda disculparéis los estilos del pais, si alguno de ellos os desagrada.

Perdonad, señora me dijo ; pero temo más las consecuencias de no llevar una contestación vuestra á la persona... ¿qué digo? al ilustre personaje que me envía, que la riña que pudiera tener con vuestros criados. Ya lleváis contestación á esa persona. A la persona que me envía, no se la puede contestar de ese modo me dijo , porque esta persona... ¡Me ultraja!

No es mi padre excesivamente rico, pero hombre de alta alcurnia, valiente caballero, en verdad, guerrero famoso, á quien las pretensiones de ese hombre grosero y bellaco.... ¡Perdonad! Olvidé que lleváis el mismo nombre. No importa; continuad, os lo suplico. De un mismo manantial suelen proceder arroyos muy distintos; turbio uno, claro y cristalino el otro, dijo ella prontamente.

Ahí se quedan los cien ducados que han sobrado. Bien. Perdonad... pero... mañana vendré á informarme... Muchas gracias... esto pasará... Quiera Dios aliviaros, y quedad con El. Id con Dios, y que

¿Dónde vais, caballero? dijo á Quevedo un criado de escalera arriba. Quevedo no contestó, y siguió andando. ¿No oís? ¿dónde vais? repitió el sirviente. ¿No lo veis? voy adelante contestó sin volver siquiera la cabeza Quevedo. Perdonad dijo el lacayo, que alcanzó á ver en aquel momento la cruz de Santiago en el ferreruelo de don Francisco.

¡Ah! perdonad, señora dijo el carcelero quitándose su caperuza, que hasta entonces había tenido encasquetada ; como vuestro esposo es joven y gentilhombre, á estos tales señores suelen buscarlos... ¿Pero hay algún inconveniente para que yo vea al momento á mi marido? Ninguno, señora. ¿Qué ha de haber? yo mismo voy á llevaros. Molinete, dame las llaves del encierro alto. Vamos, señora, vamos.

El castillo está dispuesto para el recibimiento del noble prometido. Voy a mandar que enciendan nuevos fuegos; los barriles de alquitrán están ya apagándose. ELSA. ¡Padre! EL CONDE. ¿Queréis, quizá, que os envíe a vuestras damas de compañía? No tenéis más que mandarlo. Pero no; el amor prefiere la soledad. Perdonad a un viejo que ha olvidado ya lo que es el amor. ¡A vuestras órdenes!

¿Ni vuestro hermano? No le tengo. ¿Ni vuestro amante? Nunca le he tenido. ¡Ah! ¿Qué os sucede? Quisiera saber quién os sigue. No volváis la cara, que sin que la volváis os sobrará acaso tiempo de saberlo. Pero si no es asunto vuestro... ¿Sabéis que sois muy curioso, caballero? ¡Ah!, perdonad: me callaré. No, hablad; hablad. Pero si mis palabras os ofenden... Habladme de lo que queráis.

Perdonad dijo Juan Montiño ; estaba, y lo estoy, fastidiado; os he confundido con esa turba que me miraba sonriendo, y acaso por equivocación os he ofendido... Perdonad, yo no os conocía, no os había visto hasta hoy. Y tendió su mano al alférez.

Palabra del Dia

rigoleto

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