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Actualizado: 15 de julio de 2025


Es que la barbarie no había sido suprimida por el cristianismo, sino trasladada desde el campo de la lucha por los bienes reales al campo de la lucha por los bienes ideales, perdiéndose en estética lo que se ganó en ética, en mentalidad y en virilidad lo que se ganó en castidad y en mansedumbre.

Las dos bocas acabaron por unirse, y Ricardo pensó que ese beso iba á ser interminable. Experimentaba la sorpresa del que al entrar en un palacio maravilloso ve francas las puertas de un segundo salón todavía más admirable, y luego penetra en un tercero que le parece superior, perdiéndose en lontananza la sucesión de habitaciones deslumbradoras abiertas ante él.

Sólo iban transcurridos unos segundos, cuando empezó á marcarse sobre el agua un dorso obscuro, de vertiginosa carrera, que venía rectamente hacia el vapor. ¡Torpedo! gritó Ferragut. La angustiosa espera duró unos instantes. El proyectil, oculto en las aguas, pasó á unos seis metros de la popa, perdiéndose en la inmensidad. Sin la rápida virada de Tòni, habría herido al buque en pleno flanco.

Nadie se opuso ahora á la liberalidad del dueño del castillo. Toda su bodega pareció desbordarse hacia la carretera. Rodaban los toneles de la última cosecha, y los soldados llenaban en el chorro rojo el cazo de metal pendiente de su cintura. Luego, el vino embotellado iba saliendo á luz por orden de fechas, perdiéndose instantáneamente en este río de hombres que pasaba y pasaba.

No perdiéndose este palacio, no puede perderse la historia del pueblo francés.

De un lado se ven muy lejos vagamente las montañas de la sierra de Ronda que terminan la cadena de la Sierra-Nevada. Del otro las llanuras del bajo Guadalquivir, perdiéndose en el horizonte en la direccion del océano.

Rodaban automóviles ante el pabellón entre gritos de mando. Debía ser el convoy sanitario que evacuaba el castillo. Luego, cerca del amanecer, un estrépito de caballos, de máquinas rodantes, pasó la verja, haciendo temblar el suelo. Media hora después sonó el trote humano de una multitud que marchaba aceleradamente, perdiéndose en las profundidades del parque. Amanecía cuando saltó del lecho.

Cuando la señora y sus criados volvieron a la gran plaza, detuviéronse en la entrada del mercadillo de las flores. Un intenso perfume de heliotropo y violeta salía de allí, perdiéndose en la pesada atmósfera de la plaza. Doña Manuela estaba inmóvil, repasando mentalmente sus compras para saber lo que faltaba. La muchedumbre se agitó con nervioso oleaje, despidiendo gritos y carcajadas.

Y al pasar nuevos proyectiles, que iban á perderse en los bosques con estallidos de cráter, permaneció al lado de su hijo, sin otro signo de emoción que un leve estremecimiento en las piernas. Le parecía ahora que únicamente los proyectiles franceses, por ser «suyos», daban en el blanco y mataban. Los otros tenían la obligación de pasar por alto, perdiéndose lejos entre un estrépito inútil.

En cuanto a la pobre clase media, cuyos límites van perdiéndose y desvaneciéndose cada vez más, por arriba en la alta sociedad, en que hay de ella no pocos intrusos, y por abajo en la capa inferior del pueblo, que va conquistando sus usos, ésa sólo de una manera se divierte. ¿Llegó un día de días? ¿Hubo boda? ¿Nació un niño? ¿Diéronle un empleo al amo de la casa? que en España ese es el gran alegrón que hay que recibir.

Palabra del Dia

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