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Actualizado: 15 de julio de 2025
Se confundían en alegre discordancia las diversas músicas. Pasaban parejas amorosas, perdiéndose en la obscuridad; guerreros de remotos países que abarcaban con un brazo el talle de una mujer. ¡Tan lejos!... ¡tan lejos! seguía suspirando la vieja. Vió de pronto un soldado que le sonreía, un soldado todo blanco desde el casco de trinchera hasta los gruesos zapatos.
Cuando Amaury pasó junto al doctor, éste le dijo en voz baja: ¡Ten prudencia! Pierda usted cuidado repuso Leoville; daremos muy pocas vueltas. Y se lanzaron en medio del torbellino, perdiéndose muy pronto entre las otras parejas. Bailaban un vals de Weber cuyo compás, que al principio era lento y moderado, se animaba gradualmente hasta el final, en que terminaba de un modo vertiginoso.
Contraíase el hocico con gesto de dolor; chocaban los dientes largos y amarillentos con un escalofrío de martirio, perdiéndose en el polvo los relinchos, ahogados por la presión del pie.
A los diez meses de casados, tuvo Facia una niña; y sin llegar a cumplirse el año, su marido, que había desaparecido del pueblo una semana antes, volvió a casa de noche, roto y desgreñado; dio dos bofetones a su mujer porque le preguntó cariñosamente cómo le había ido, por dónde había andado y a qué venía; y mientras la amenazaba con abrirla en canal si contaba a nadie que no le había visto el pelo desde la semana anterior, hizo apresuradamente un lío con las baratijas que le quedaban en casa y con otras, al parecer, semejantes que fue sacando de los anchos bolsillos de su ropa, y sin despedirse de Facia desapareció de la casa y del pueblo, perdiéndose en la oscuridad de los montes... hasta hoy.
La corriente de la poesía romántica viene desde la antigüedad, cuyos arroyos tributarios la alimentaron sin disputa, ya cambiando el color de sus aguas, ya perdiéndose en ella.
Cuando pasamos por delante de esta casa, la madre y los hijos habían desaparecido. Un poco más allá tropezamos con un hombre que llevaba un saco cargado sobre la espalda, el cual, así que nos percibió, dio la vuelta y echó a andar apresuradamente por una calle lateral, perdiéndose muy pronto de vista. Llegamos, por último, a la vista del patíbulo situado en medio de un extenso campo.
Cuando la sábana hubo caído sobre el lecho, Miguel apareció intensamente pálido, con una luz agresiva en sus pupilas. Ella, creyéndole enfadado por su broma, rió maliciosamente, apoyando las manos en el colchón. El jadear de esta risa entreabría el escote de su bata, dejando ver en perspectiva horizontal el secreto de unas redondeces blancos y trémulas perdiéndose en misteriosa penumbra.
Faltole el aliento y sintió escapar su memoria, su imaginación y todas sus potencias, perdiéndose en una alegría inmensa y ansiosa, donde todo el ser se bañaba como en un éter purísimo. Acercó el rostro al del Señor; tocó con sus mejillas las del Amado, posó los labios en la blancura de su frente, en el fulgor de sus ojos, en el coral de sus labios.
La pobrecita de mi hija se quedó huérfana a los siete años... Y con fastidiosa prolijidad para cualquiera, menos para mi a quien interesaba aquella historia, me la contó, perdiéndose en un mar de pormenores, mientras D. Oscar, impaciente y cejijunto, tocaba el tambor con los dos sobre el brazo del sofá.
Gentilidad, cristiandad, feudalismo, renacimiento, arte moderno, todo está allí, como están los haces de miés en una era, desde Júpiter hasta Childeberto, desde Childeberto hasta Mauricio de Sully, desde Mauricio de Sully hasta San Luis, desde San Luis hasta el actual Napoleon. No perdiéndose Nuestra Señora de Paris, no se pierde una gran parte de la historia y del arte de Francia.
Palabra del Dia
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