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El Magistral arrancó un botón de rosa; con miedo de ser visto; sintió placer de niño con el contacto fresco del rocío que cubría aquel huevecillo de rosal; como no olía a nada más que a juventud y frescura, los sentidos no aplacaban sus deseos, que eran ansias de morder, de gozar con el gusto, de escudriñar misterios naturales debajo de aquellas capas de raso.... El Magistral, perdiéndose por senderos cubiertos por los árboles, bajaba hacia Vetusta cantando entre dientes, y tiraba al alto el capullo que volvía a caer en su mano, dejando en cada salto una hoja por el aire; cuando el botón ya no tuvo más que las arrugadas e informes de dentro, don Fermín se lo metió en la boca y mordió con apetito extraño, con una voluptuosidad refinada de que él no se daba cuenta.

Nada puede efectivamente compararse á la sensacion que produce el aspecto de esas llanuras, cubiertas de caseríos, de plantaciones y de cultura, circunscriptas por una naturaleza montañosa y estéril, que se extiende á mas de treinta leguas á la redonda perdiéndose confusa en el horizonte. Se creeria ver allí la tierra prometida en el seno del desierto.

Gonzalo sintió apretársele el corazón. Guardaron silencio obstinado un buen rato. Al cabo don Melchor dijo: ¿Vienes a cenar, Gonzalito? Ahora no tengo apetito, tío; allá iré un poco más tarde. Bien, pues hasta ahora pronunció tristemente el señor de las Cuevas. Y se alejó lentamente en dirección de tierra, perdiéndose a poco entre las sombras.

Mira pronto me dijo Oliverio, es el rey. Confusamente vi reflejos de la luz sobre cascos y sobre hojas de sables, y aquel desfile de hombres armados y de caballos herrados, resonó brevemente sobre el empedrado con eco metálico, perdiéndose luego cada vez con ruido menos perceptible, en la luminosa niebla de las antorchas.

A la otra parte la fábrica del gas... ¡oh prodigios de la industria!... Luego el cielo espléndido y aquellos lejos de Carabanchel, perdiéndose en la inmensidad, con remedos y aun con murmullos de Océano... ¡sublimidades de la Naturaleza!... Andando, andando, le entró de improviso un celo tan vehemente por la instrucción pública, que le faltó poco para caerse de espaldas ante los estólidos letreros que veía por todas partes.

Mas, al despertar ligero de las dichas de mi sueño, y abandonar el beleño de aquel cuadro lisonjero; sólo escucho el lastimero movimiento de las aguas y el ruido de las piraguas que surcan río cercano, perdiéndose por el llano a impulsos de hábil remero. Dije mal; no se ha perdido la impresión de mi memoria.

Nébel fijó entonces atentamente los ojos en la hermosa criatura. Era una chica muy joven aún, acaso no más de catorce años, pero completamente núbil. Tenía, bajo el cabello muy oscuro, un rostro de suprema blancura, de ese blanco mate y raso que es patrimonio exclusivo de los cutis muy finos. Ojos azules, largos, perdiéndose hacia las sienes en el cerco de sus negras pestañas.