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Actualizado: 7 de julio de 2025
Zuzie Percival recibió de su madre una educación muy francesa, y ella educó a su hermana en los mismos sentimientos de amor a nuestro país. Las dos hermanas se sentían enteramente francesas, más aún, parisienses. Apenas les cayó encima aquella avalancha de millones, el mismo deseo se apoderó de las dos: venir a vivir en París. Pidieron la Francia como se pide la patria.
En el mismo momento también, el abate Constantín, de rodillas ante su camita de nogal, con todo el fervor de su alma, pedía las gracias del Cielo para las dos mujeres que le hicieron pasar el día más feliz de su vida. Rogaba a Dios bendijera a madama Scott en sus hijos, y diera a miss Percival un marido, según su corazón.
Sí, la señora Percival está en su gabinete privado. Hace cinco minutos que la dejó allí. Mabel, según parece, salió esta mañana a las once y aun no ha vuelto. ¡No ha vuelto! exclamé azorado. ¿Por qué? La señora Percival parece que está trastornada. Creo que abriga temores de que la haya sucedido alguna cosa.
Su pobre padre era muy indulgente con usted, y estoy seguro de que la señora Percival, aun cuando algunas veces pueda parecer un poco rígida, sólo lo hace por su bien le dije con toda franqueza, de pie sobre el tapiz de la estufa y contemplando su hermosa figura. ¡Oh! ya sé que en su concepto soy una niña muy voluntariosa exclamó, con una sonrisa.
Este fue el pensamiento que se me ocurrió cuando estaba ayudando a aplicar algunos remedios y reconfortantes a la insensible niña, pues había dado la voz de alarma al verla caer desmayada, acudiendo, en el acto, su fiel compañera, la señora Percival.
Temo lo que mi padre temía respondió. ¿Y qué era eso? Que cumpliera cierta amenaza que muchas veces había hecho a mi padre, y más tarde a mí. El día que abandoné mi hogar me amenazó también... desafiándome a que pronunciara una sola palabra. Sí, ese tuerto tenía sobre ella un poder absoluto, como se había jactado delante de la señora Percival.
Terminada la conversación fuese a buscar a Juan al otro extremo del salón, diciéndole: Me dejaste el campo libre... y me lancé intrépidamente sobre miss Percival. ¡Y bien! no creo que estés descontento del resultado de la empresa; sois los mejores amigos del mundo. Sí, ciertamente... esto marcha... esto marcha y no marcha.
Dos jóvenes, Rogerio de Puymartin y Luis de Martillet, se hallaban sentados en primera fila en un palco bajo. Las señoritas del cuerpo de baile no estaban aún en la escena, y estos señores desocupados se entretenían en mirar la sala. La aparición de miss Percival causó a los dos una impresión muy viva. ¡Ah, ah! dijo Puymartin, ahí está el pequeño lingote de oro.
Con prontitud se quitó su abrigo, y Juan pudo admirar, en su exquisita perfección, un cuerpo maravillosamente flexible y gracioso. Miss Percival, quitose en seguida el sombrero, pero con demasiada rapidez; pues fue la señal de un precioso desorden.
Sin embargo, el exsecretario privado nos ayudaba, y en ese momento estaba empeñado en hacer toda clase de averiguaciones para cerciorarse dónde estaba su joven ama. La casa está completamente al revés, todo en ella está trastornado declaró un día la señora Percival, mientras me visitaba.
Palabra del Dia
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