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Actualizado: 7 de octubre de 2025
Llenó hasta los bordes el plato de la preciosa americana, que fijaba resueltamente en él la mirada de dos grandes ojos en los que brillaba la franqueza, la osadía y el contento. Los ojos de Juan pagaban a miss Percival en la misma moneda.
Apuntó la idea de vender la casa, y retirarse a Mayvill, para vivir allí en el campo tranquilamente con la señora Percival, pero yo insistí en que esperara, al menos por ahora.
Miss Percival tenía el mismo acento de su hermana, los mismos grandes ojos negros, risueños y alegres, y los mismos cabellos, no rojos, sino rubios, con reflejos dorados en los que jugaba con delicadeza la luz del sol. Saludó a Juan con una graciosa sonrisa, y éste, después de entregar a Paulina la ensaladera de achicoria, se fue a buscar las dos carteras.
Habíase quitado los guantes para tocar el órgano, y Juan sentía aún el contacto de aquella pequeña mano desnuda que vino a posarse fresca y suave en su gran manaza de artillero. Me engañaba hace un momentose decía Juan, la más linda es miss Percival. La maniobra había terminado.
Su padre le dejó a usted su secreto, según tuve ocasión de saber, para que sacase todo el mayor provecho posible, como él lo había hecho, y porque adivinaba la dirección que iba tomando el camino de Mabel. ¿Cómo sabe usted esto, señora Percival? la pregunté, medio inclinado a dudar de ella.
Por razones de raza y origen, esta atracción se ejercía sobre madama Scott y miss Percival de una manera extraordinaria. La más francesa de nuestras colonias, es el Canadá, que ya no nos pertenece. El recuerdo de la primera patria ha subsistido profunda y dulcemente en el corazón de los emigrados de Quebec y Montreal.
No hace mucho, en la puerta, al partir, me dijo algunas palabras... Las palabras no decían nada; pero si hubierais visto su turbación, ¡a pesar de todos sus esfuerzos por contenerse!... Zuzie, mi Zuzie, por el cariño que os tengo, y Dios sabe cuán grande es, voy a revelaros mi convicción, mi convicción absoluta: si en vez de ser miss Percival, hubiera sido yo una pobre joven sin ningún dinero, Juan me habría tomado la mano, en ese momento, diciéndome que me amaba, y si así me hubiese hablado ¿sabéis lo que le habría respondido?
Ford, el secretario del muerto, hombre joven, como de treinta años, alto, atlético, completamente afeitado, asomó la cabeza, pero como nos encontrara conversando, se retiró en el acto. La señora Percival ya lo había interrogado, pero ignoraba completamente para dónde había partido Mabel.
Veo que os admira hallarme aquí, dijo alegremente la encantadora dama. Trovador quisiera ser para cantar cual se merece nuestra aventura de ayer; el perverso Hugo, la cuitada doncella y el paladín esforzado que la rescata de las garras del tirano. Mis trovas os harían célebre y pasaríais á la posteridad cual otro Percival ó Amadís famoso y gran desfacedor de entuertos.
La señora Percival, que, debido a nuestro insistente consejo, todavía residía en la mansión de la plaza Grosvenor, me visitaba algunas veces, trayéndome frutas y flores de los invernáculos de Mayvill, pero nada sabía sobre Mabel. Esta última había desaparecido tan completamente como si la tierra se hubiera abierto y tragádola.
Palabra del Dia
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