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Actualizado: 7 de julio de 2025
Sin pronunciar ni escuchar una palabra más, bajé corriendo la ancha escalera con su balaustrada de cristal, llamé a la puerta de la pieza que había sido reservada para la señora Percival, dime a conocer, y en el acto fui recibido.
Si eso era así, entonces el peligro era terriblemente extraordinario. La debemos encontrar dijo con toda resolución la señora Percival. ¡Ah! suspiró, no sé, realmente, lo que irá a suceder, porque la casa está ahora en poder de este hombre odioso y de su hija, y él es un tipo de lo más grosero y mal educado.
Sentía una impaciencia extrema por volver a ver a madama Scott y miss Percival; pero esta impaciencia iba acompañada de viva inquietud. ¿Las encontraría en el gran salón de Longueval, como las vio en el pequeño comedor del presbiterio?
Desde que la señora Percival me había revelado la realidad, sólo había vivido para ella, pensando en volverla a encontrar y declararle francamente mi amor. ¿Es esto cierto? le pregunté al fin en una voz cuya aspereza no pude reprimir. Tomé su mano fría e inerte entre las mías y contemplé su hermosa cabeza caída. ¡Ay de mí! desgraciadamente lo es fue su débil contestación.
Ha dejado a ese hombre en posesión completa e incontestable de todo. No había olvidado la arrogancia y la confianza en sí mismo, de que había hecho gala esa noche que por primera vez fue a vernos. Pero, señor Greenwood, ¿tendrá usted, ahora, la bondad de disculparme por lo que voy a decirle? preguntó la señora Percival, después de una breve pausa y mirándome fijamente a la cara.
Usted podría inducirla a que nos manifestase la realidad, tal es mi creencia, porque es la única persona que tiene alguna influencia sobre ella ahora que su padre no existe, y, permítame que se lo diga, tengo razones para saber que ella siente por usted una estimación muy grande. Sí observé, no pudiendo contener un suspiro, somos amigos... buenos amigos. Más que eso declaró la señora Percival.
Mientras permaneció sin conocimiento, con su cabeza recostada sobre un almohadón de seda lila, la señora Percival estuvo arrodillada a su lado, y pienso que me miraba con considerable recelo, pues, ignorando lo sucedido, creía que yo era el causante.
Por espacio de un cuarto de hora, mientras Reginaldo estaba ocupado con los Dawson, père et fille, permanecí en consulta con la viuda, tratando de ver si conseguía algún indicio sobre el paradero de Mabel. La señora Percival pensaba que, más pronto de lo que creíamos, nos haría saber dónde estaba oculta; pero yo, conociendo tan bien la firmeza de su carácter, no participaba de su opinión.
Supongo que la señora Percival todavía permanece aquí, ¿no es verdad? inquirí después de un momento, al recuperar mi calma y tranquilizarme de la impresión que me había hecho el encontrar al aventurero y a su hija en posesión completa de esa espléndida mansión que medio Londres admiraba y la otra mitad envidiaba; la mansión que había aparecido tantas veces descripta y fotografiada en los magazines y periódicos de las damas.
Un órgano de resplandecientes tubos se elevaba en el coro de la iglesia: era el regalo de bodas de miss Percival al abate Constantín. El anciano cura dijo la misa.
Palabra del Dia
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