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Tengo un antojo le decía a mi tío, tirándole de la pera, y me voy a morir sino me lo satisfaces, sabes... ¡un gran antojo! Mi tío ponía cara de bandido sorprendido infraganti. Un antojo... pero que nadie sepa lo qué es... ni lo digas a nadie... Ven, acércate, yo te lo diré al oído... Y el viejo, con movimiento de palomo, acercaba el oído a sus gruesos y provocativos labios.

Hubo un momento en que tembló toda, como á la sensación imprevista de un frío agudo. Estos confites son muy buenos dijo ; probémoslos antes de beber. Y tomó la pera envenenada. Al tomarla miró á don Juan y pasó por sus ojos algo horrible. Toma le dijo, y le mostró la confitura. Don Juan extendió la mano.

En la costa de Venezuela, al notar en el Océano la gran extensión de agua dulce de la desembocadura del Orinoco, declaraba este río «uno de los cuatro que bañan el Paraíso terrenal». Y para dar emplazamiento al Paraíso, que, según sus autores favoritos, está situado en la cumbre de una gran montaña, escribía a los Reyes Católicos afirmando que «el mundo no es redondo en la forma que dicen los antiguos, sino en la forma de una pera, que es toda muy redonda, salvo allí donde tiene el pezón, que es lo más alto; o como quien tiene una pelota muy redonda y encima de ella coloca una teta de mujer, y esta parte del pezón es la más alta y más propincua al cielo». El pezón del mundo estaba en la costa de Paria, cerca del Orinoco, y en esta altura inaccesible vivían Elías y Enoch esperando el Juicio final.

¡Oh! ¡doña Clara! aborrezco á mi pesar á esa mujer; porque ella, ella no tiene la culpa de que él la haya amado; hay momentos en que mataría á esa mujer. Y eso, eso es lo que debía hacerse; pero no ... no debías matarla; las cuentas con la justicia son malas de ajustar... oye, Dorotea: voy á quitar de ahí esa pera... Y el bufón tendió su mano hacia el plato.

¡Ya me lo figuraba yo! exclamó Currita con maligna complacencia . Si quien habla mal de la pera, la bendice y se la lleva. ¡Exacto!

Berenguer con serviles prisiones fué llevado con algunos caballeros de su compañia á Pera; y porque temieron que Andronico no se les quitase para satisfacer en su persona los daños recibidos, le pasaron á la Ciudad de Trapisonda, puesta en la ribera del mar de Ponto, donde los Genoveses tenian factoria, y le tuvieron en ella hasta que las galeras volvieron.

Era menester mucha cautela. La tentación decía palpita por doquier. Todo es arma y cebo para el Demonio. Un día que Ramiro le llevó en obsequio una hermosísima pera, en un cestillo de mimbre, el lectoral comenzó a saborearla sin quitarle la piel. Era una pera de las que llaman calabaciles por su doble turgencia.

Oíd: el veneno le pondréis en una sola confitura, pero en gran cantidad; por ejemplo, en una pera; cuidaréis que no haya otra; á esa pera la pondréis un lazo rojo y negro. ¡Señora! ¡señora! Estáis demasiado turbado; voy á escribiros lo que debéis envenenar, con la señal que debéis ponerle, para que no podáis equivocaros. Y la joven se puso á escribir con mano segura, pero llorando sobre el papel.

Llegado el aviso á Pera, los Genoveses dieron razon al Emperador, y que é les ordenó que les acometiesen, ofreciendo de hacerles muchas mercedes, y así al otro dia ejecutaron lo referido.

Esperad, esperad, Montiño dijo el tío Manolillo ; aún falta algo á esa pera. ¡Por Dios! ¡Por su Santísima Madre! ¡Por todos los santos y santas del cielo! ¡No me obliguéis á ser asesino! exclamó el cocinero juntando las manos y llorando. Bien, no lo hagáis; todo se reduce á que desde aquí mismo os lleve yo á la cárcel.