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Actualizado: 24 de julio de 2025
Desde que se ponía el pie en el portal se observaba el espíritu religioso, la economía y la limpieza que reinaban en aquella casa. Los muebles de la antesala eran feos y antiguos, pero brillaban por el frote de la bayeta y el cepillo. En uno de los ángulos había un pedestal con una Purísima de yeso, pintada. Los pasillos amplísimos y enjalbegados como los de un convento.
Yo quiero creer, y creo, que los hombres de hoy no valen, en el fondo, en lo esencial y por naturaleza, ni más ni menos que los de cualquier otro siglo; que por la educación y por la cultura, por lo que han heredado de sus mayores, por el tesoro que han reunido durante siglos, y sobre el cual se levantan como sobre un pedestal, los pensadores y escritores modernos valen más que los antiguos; que en determinado sentido, por la divulgación de los conocimientos, hay en el día más gente que valga.
No te haga guardar silencio una mal entendida piedad y compasión hacia él; porque, créeme, Ester, aunque tuviera que descender de un alto puesto, y colocarse á tu lado, en ese mismo pedestal de vergüenza, sería sin embargo mucho mejor para él que así sucediera, que no ocultar durante toda su vida un corazón culpable. ¿Qué puede hacer tu silencio en pró de ese hombre sino tentarlo, sí, compelerlo á agregar la hipocresía al pecado?
No es maravilla que el dignísimo profesor de primeras letras, poseído de legítimo orgullo, exclamase al final de su artículo: «¡Bajen, pues, del pedestal en que la ignorancia de los hombres los ha colocado esos colosos, portaestandartes de una falsa ciencia: Kepler, Newton, Laplace, Galileo.
Inmutable en su grosero pedestal, la estatua, que en anteriores siglos había asistido al tumulto de Oropesa y al motín de Esquilache, presidía ahora el espectáculo de la actividad revolucionaria de este buen pueblo, que siempre convergía á aquel sitio en sus ovaciones y en sus trastornos.
Porque aquellas diosas escuchaban la ferviente plegaria de los peregrinos que venían á postrarse al pie de su pedestal, inmóviles, frías, sin dignarse siquiera posar sobre ellos la mirada; porque aquellas diosas, como usted, no amaban á nadie. ¡Á nadie, á nadie! ¡Qué feliz me hace este pensamiento! Pero qué triste felicidad debe ser ésta, ¿verdad, condesa?
Había desaparecido el sol de oro, evaluado en más de cuarenta mil pesos, y cuyas ricas perlas, rubíes, brillantes, zafiros, ópalos y esmeraldas eran obsequio de las principales familias de Lima. Aunque el pedestal era también de oro v admirable como obra de arte, no despertó la codicia del ladrón. Fácil es imaginarse la conmoción que este sacrilegio causaría en el devoto pueblo.
Saludó cortésmente al comunicativo vecino, y diciendo en voz baja algunas cuantas palabras á su compañero el indio, se abrieron ambos paso por en medio de la multitud. Mientras esto pasaba, Ester había permanecido en su pedestal, con la mirada fija en el extranjero; tan fija era la mirada, que parecía que todos los otros objetos del mundo visible habían desaparecido, quedando tan solos él y ella.
Se trataba de un grupo representando la profecía del Tajo al rey D. Rodrigo tal como se describe en la famosa poesía del maestro Fray Luis de León. Aparecerían en él tres figuras: la del rey y la Cava en tamaño natural; la del río en colosal. El pedestal iría cubierto de bajos relieves representando diversos episodios de la invasión árabe y la caída del imperio gótico.
Al marcharse le exigía el herrador el precio de su trabajo, e indignado San Vicente por su costumbre de vivir a costa de los fieles, miraba al Júcar exclamando: Algún día dirán: así estaba Alsira. No mentres Bernat estiga, contestaba desde su pedestal la imagen de San Bernardo.
Palabra del Dia
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