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Actualizado: 24 de julio de 2025


Porque en el bolsón andaba revuelta la plata con el oro. Allí comenzó don Santiago Núñez a funcionar, por entretenimiento, en sus proyectadas especulaciones; y allí, en su propio despacho instaló la Esfinge su pedestal, para hacer media sin parar las manos, acompañar a su marido y distraerse un poco más, observando de reojo lo que en la estancia acontecía.

Una fuente con su pedestal de marmol y sobre él un monstruo marino de varias piedras y colores que sostienen la taza que es ovalada de jaspe veteado oscuro con un subiente también de jaspe encarnado y blanco, fáltale el remate á esta fuente que parece fué hecha para sobre un estanque, la altura será de siete cuartas y media, la taza tiene de largo vara y media y de ancho tres cuartas y media.

Lo mejor del monumento es el pedestal, cuyos magníficos relieves representan las tres Musas de la poesía y las principales creaciones de Goethe: Fausto y Mefistófeles, Miñon y Guillermo Meister, Tasso, Ifigenia, Herman y Dorotea, Prometeo, etc.

La Esfinge no se movió de su pedestal ni dejó de hacer calceta; y sólo dio señales de vida para responder a la ceremoniosa cortesía de la marquesa con un gesto no difícil de traducir en palabras para los que estaban avezados a leer en aquel arranciado pergamino. El gesto quería decir: ¡Pufff!... ¡Qué Peste!

En mitad del prado levantábase sobre un pedestal, resguardado por una verja, la estatua de san Ignacio de Loyola, hijo y patrono de Guipúzcoa, alzando la mano como para bendecir aquella comarca en que se meció su cuna y en que parece proyectarse aún la sombra benéfica de su figura gigantesca.

El había creído que cada paso dado en la Corte sería un paso dado hacia su futuro engrandecimiento é inmortalidad. El club patriótico más célebre de España le había abierto sus puertas, ofreciéndole una tribuna, un pedestal: la fortuna parecía haberle allanado todos los caminos, y después... Pero no podía acusar á la fortuna.

Algunas facilidades habríanle hecho caer infaliblemente de su pedestal ambicioso, y como tantas cosas de este mundo cuya única superioridad emana de un defecto de lógica o de plenitud, ¡quién sabe en qué habría llegado a convertirse si hubiera sido menos absurdo o más venturoso! ¿No baila usted? me preguntó Magdalena algo más tarde encontrándome a su paso sin haberlo yo procurado.

Ella sacudió la cabeza; pero en el mismo instante dos lágrimas destacábanse lentamente de sus grandes ojos: sintiólas correr sobre sus mejillas; hizo un gesto de despecho, luego arrojándose repentinamente sobre la cruz de granito, cuya base le servía de pedestal, abrazóla con sus dos manos, apoyó fuertemente su cabeza contra la piedra, y la sollozar convulsivamente.

Dios, porque es eterno, es paciente; esta frase no si de Bossuet o de San Agustín, la recuerdo estos días al reflexionar sobre la caída de Napoleón. ¡Qué ejemplo de la divina justicia! ¡Cuántas ambiciones ha despertado el ver este coloso de la gloria elevado sobre el inicuo pedestal de barro!

Verdad es, que siempre que un feliz mortal, viniendo de tierras extrañas, logra vencer la prevención susodicha, su triunfo es completísimo, su propia calidad de exótico le da mayor precio, y los más encumbrados parisienses le ponen sobre el pedestal en que ellos mismos están o se creen colocados.

Palabra del Dia

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