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Desde el momento en que se demostraba que era una muchacha vulgar, falsa y vanidosa, el ídolo caía de su pedestal y dejaba de inspirarle amor y respeto. Sobre este tema se extendió muchísimo, acentuando cada vez más el tono digno y resuelto con que había comenzado. Yo procuré afirmarle en su determinación, hallando muy cuerdo todo lo que decía.

De pronto continuó en alta voz el curso de sus reflexiones: Y aunque entrasen, ¿qué importa?... No por esto moriría el Derecho. Sufre eclipses, pero renace; puede ser desconocido, pisoteado, pero no por esto dejar de existir, y todas las almas buenas lo reconocen como única regla de vida. Un pueblo de locos quiere colocar la violencia sobre el pedestal que los demás han elevado al Derecho.

Puedes ocultarlo también á las investigaciones de los ministros y magistrados, como hiciste hoy cuando procuraron arrancar ese nombre á tu corazón y darte un compañero en tu pedestal. Pero en cuanto á , yo me dedicaré á la investigación con sentidos que ellos no poseen. Yo buscaré á este hombre como he buscado la verdad en los libros; como he buscado oro en la alquimia.

Todo esto lo había arrastrado su padre por él; por labrarle un pedestal, por crearle un distrito propio, abriéndole camino para llegar lejos, muy lejos. Y él lo perdía todo, se despojaba para siempre de un poder formado a costa de años y peligros, si aquella misma noche no volvía a casa, destruyendo con su presencia las suposiciones de la gente escandalizada.

En donde menos se piensa se esconde la reacción fijando su ojo de tigre...» Tiene razón, tiene razón. Está muy bien comparado. «... ojo de tigre... en la libertad, para estrangularla. Los más temibles son los que, llegados a la cima del poder, hacen traición a sus antiguos ideales que les sirvieron de pedestal para escalar las grandezas...»

A solas ya en su estudio, cuando abrió la destrozada funda, quedóse ella misma admirada: era aquello una preciosidad artística de valor inmenso, un marco de plata cincelada, obra admirable de orfebrería del siglo XVI, que ostentaba cual noble ejecutoria, esculpido en el pedestal de una de sus mil bellas figurillas, el nombre ilustre de Enrique de Arfe, autor de la custodia de Córdoba y de la llamada Cruz antigua.

Cinco siglos después, un descendiente del provocativo Arnoldo, glorificará a su raza, erigiendo sobre el rico pedestal de la lengua inglesa, y en un nuevo mundo, el palacio de oro de sus rimas.

Era cosa sabida hasta por los niños, que no había fuerza en el mundo capaz de arrancar al santo de su altar si antes no salían las hermanas. Juntas todas las caballerías de los huertos, y tirando un año, no conseguirían moverle de su pedestal. Era éste uno de sus milagros acreditados por la tradición.

La madre estaba sentada al pie del farol, en el pedestal de la columna de hierro; un pañuelo muy sucio en forma de látigo, atado con un soberbio nudo por el medio, era el zurriago que representaba allí el poder coercitivo. La niña haraposa empuñaba el lienzo por un extremo y el otro iba pasando de mano en mano por el corro de chiquillos. ¡Na!... decía la madre.

Y por eso tu estátua no erigieron, De pié, sobre marmóreo pedestal, Ni entonaron el himno funerario Los poetas en coro universal... Mas qué importan las pompas de la tierra Que no mira en su necia vanidad, Que mientras honra la corteza fria El alma noble en el empíreo está!