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Si el otro compraba una jaca española cruzada, ya estaba Ramoncito vendiendo la suya inglesa para adquirir otra parecida; si le daba por saludar militarmente llevándose la mano abierta a la sien, a los pocos días Ramoncito saludaba a todo el mundo como un recluta; si tomaba una chula por querida, no tardaba mucho nuestro joven en pasear por los barrios bajos en busca de otra.
Levantóse entonces y comenzó a pasear, haciendo gestos de temor y de alegría, piruetas de niño y de loco, parándose ante el espejo como si quisiera interrogar a su propia imagen, deteniéndose ante el velador para coger las gotas de esperma que se deslizaban a lo largo de las bujías color de rosa, y estrujarlas entre los dedos haciendo bolitas con ademán reflexivo, imponente, amenazador...
»Como mi debilidad es tan grande, apenas puedo tenerme de pie; y, sin embargo, el delirio, el desasosiego me obligan a andar... a pasear por la sala y a escribir, para ver si puedo apartar de mí los tristes pensamientos que me devoran. Un mar de moscas no me deja tener las manos sobre el papel.
Después de pasear algunos minutos a grandes trancos, comenzó a detenerse a menudo, prestando oído a los ruidos que llegaban del piso primero.
Después de dar la última mano de gato a sus cabellos, Manolito salía siempre en la amable compañía de sus botas charoladas a pasear por delante de la casa de Elorza, y calle arriba, calle abajo, allí se estaba todo el tiempo que le permitían sus ocupaciones y alguna parte también del que le prohibían.
Esperen aquí ó en el claustro, como me mejor quisieren dijo ; yo voy á avisar á fray Luis de Aliaga. Montiño y Vadillo se pusieron á pasear á lo largo de la portería. ¿Sabéis que estos benditos padres tienen unas casas que da gozo? dijo el capitán, por decir algo. Sí, sí, ciertamente; en este claustro se pueden correr caballos contestó Montiño.
Tú mismo, muchacho continuó don Fernando, te expones a un sermón, si Dupont sabe que paseas conmigo. Fermín hizo un movimiento de hombros. Estaba acostumbrado a los enfados de su principal y a las pocas horas de escucharle ya no se acordaba de sus palabras. Además, hacía tiempo que no había hablado con don Fernando y le placía pasear con él en este suave atardecer de primavera.
Lo diré en mi próxima crónica. ¿No le parece a usted mal que me sirva de sus opiniones? De ningún modo, porque a mí no me sirven para nada. Siguieron paseando, pero al alejarse un poco, un centinela les dió el alto y volvieron a la plaza. Se hallaba ésta solitaria. Dieron varias vueltas y un sereno les saludó y les dijo: ¿Qué hacen ustedes aquí? ¿No se puede pasear? preguntó Zalacaín.
Encendió éste un cigarro, le ofreció otro y se puso a pasear de una esquina a otra del despacho exactamente como si estuviera solo. García tenía un libro en la mano, aparentaba leerlo, pero cuando Tristán volvía la espalda levantaba los ojos hacia él y le miraba con mezcla de inquietud y respeto. Al fin, sonriendo con humildad, se atrevió a decir: ¿No sabes, Tristán?
Que Dios te proteja y que a mí no me abandone.» Cerró la carta y lo mismo que las otras la guardó en el bolsillo para enviarlas al correo en la oportuna ocasión. Hizo después pedazos la que había dirigido al juez y sacó otro cigarro y de nuevo se puso a pasear, esta vez no con calma aparente sino bien verdadera.
Palabra del Dia
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