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Actualizado: 10 de junio de 2025
El Magistral pasó por el patio al Parque. Ana le esperaba sentada dentro del cenador. «Estaba hermosa la tarde, parecía de septiembre; no duraría mucho el buen tiempo, luego se caería el cielo hecho agua sobre Vetusta...». Todo esto se dijo al principio. Ana se turbó cuando el Magistral se atrevió a preguntarle por la jaqueca.
¡Nada más! exclamó madama Scott; ¿el castillo, las granjas, el bosque, todo por tres millones? Pero es tirado dijo Bettina. Sólo el precioso río que pasea por el parque, vale los tres millones. ¿Y decíais, señor cura, que muchas personas nos disputaban las tierras y el castillo? Sí, señora. ¿Y ante esas personas, después de la venta, se pronunció mi nombre? Sí, señora.
Todos los que no estaban invitados á la fiesta y pretendían verla de lejos, apoyados en la alambrada, se consolaban de su preterición hablando contra la Torrebianca, sus amigos y su marido. Pasó Celinda á caballo, entre los grupos, lentamente y mirando con hostilidad el parque improvisado. Luego, para no oir los escandalosos comentarios de aquellas mujeres, se alejó hacia el pueblo.
El duque tenía las oficinas en los altos de su palacio del paseo de Luchana, soberbio edificio levantado en medio de un jardín que, por lo amplio, merecía el nombre de parque. En el verano, los árboles, tupidos de follaje, apenas dejaban ver la blanca crestería de la azotea. En el invierno, las muchas coníferas y arbustos de hoja permanente que allí crecían, le daban todavía aspecto muy grato.
Señorita le dije repentinamente me ha retirado usted su amistad, pero la mía le ha quedado entera. ¿Me permite darle una prueba de ella? Miróme, y murmuró un tímido sí. Sépalo, pobre hija mía: se pierde usted. Levantóse bruscamente. ¡Me vió la otra noche en el parque! exclamó. Sí, señorita. ¡Dios mío! dijo dando un paso hacia mí. Señor Máximo, le juro que soy honrada.
Este nombre tardó á resucitar en la memoria de ella más aún que los nombres anteriores. Robledo, para ayudarla, recordó el parque artificial improvisado en su honor á orillas del río Negro. Fué chic aquella fiesta, ¿no es cierto?... Otros hombres han hecho por mí cosas más caras; pero aquello resultó original... ¡Pobre capitán!
Un puñado de arena que venía del parque les volvió al sentido de la realidad. Es mi padrino, que se impacienta ... Y tiene razón ... Vámonos. ¿Por dónde? Por la puerta. Pero, está cerrada por fuera.... ¿No es más que eso?
Este le informó, mientras llegaban a la puerta del parque y lo atravesaban, de los últimos sucesos de su vida. Se había casado, en efecto, en México con una viuda que ya tenía dos hijos bien crecidos, casi hombres. La madre tenía muy mimados a sus chicos y les dejaba gastar cuanto querían. Como no tenía mucho dinero que darles, se empeñaba en que él subvencionase a sus vicios. Naturalmente, yo...
Después de un corto momento de inquietud, respiró... nadie, evidentemente nadie, había notado que él dormía. Enderezose, estirose prudente y lentamente... ¡Se había salvado!... Un cuarto de hora más tarde, las dos hermanas acompañaban al cura y a Juan hasta la pequeña puerta del parque, que daba a la aldea, a un centenar de pasos del presbiterio.
EUSTAQUIO. En mi sala se está al corriente de todas las cuestiones de honor. Este caballero se bate mañana, a las once, en el Parque de los Príncipes, ¿no es cierto? GÓMEZ. ¡Efectivamente! ¡Está usted bien informado!
Palabra del Dia
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