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Actualizado: 10 de junio de 2025
No sabré decir a usted qué fue lo que me salvó. Me encontré en el parque sin saber ni por qué ni cómo allí había ido. En comparación con la oscuridad de los corredores, al aire libre se veía claro por más que me parece no había luna ni estrellas.
Gerardo Lautrec, que estaba sentado a su lado en una silla de tijera, se levantó al verme subir la escalinata. Luciana me ofreció distraídamente la mano y continuó en seguida la conversación interrumpida a mi llegada. ¿De modo que querría usted estar ya lejos de Francia? Adoro a mi país, pero francamente, pasarse la vida en oscilar desde el Luxemburgo al parque Monceau es un poco monótono.
No sabía en donde estaba Magdalena. De cuando en cuando me parecía oír su voz en los corredores o verla pasar de un patio a otro, vagando también ella, sin más objeto que moverse. Había en la base de una de las torrecillas a la manera de una covacha medio obstruida que en otros tiempos servía de puerta de escape. El puente que la unía a los paseos del parque estaba destruido.
Recorría la casa, se tendía sobre el sillón de lectura de su marido, escrutaba el parque, daba de comer a las palomas y esperaba. Una esperanza irracional pero no por eso menos poderosa se había apoderado de su alma en aquellos cuatro días; sentía la impresión del que se halla soñando una siniestra pesadilla y guarda la conciencia de que lo es y no tardará en despertar.
REY. ¿Qué me replicáis? Poned del parque a las puertas Las postas. CONDE. Pienso que abiertas Al vulgo se las dejáis. REY. Pues ¿cómo lo han de saber, Si enfermo dicen que estoy Los de mi cámara? D. ENR. Soy De contrario parecer. REY. Esta es ya resolución: No me repliquéis. CONDE. Pues sea De aquí a dos días y vea Castilla la prevención De vuestra melancolía. REY. Labradores. SANCHO. Gran señor.
En la parte baja del jardín una espaciosa avenida rectilínea, bordeada de arrayanes entrelazados, parecía por su grandioso estilo ser el resto de un parque de cualquier antiguo castillo, y un camino público, profundamente encajonado, corría por de fuera.
La mañana siguiente la pasó recorriendo los prados artificiales que había formado detrás del parque, lamentando el abandono en que estaban por la marcha de sus hombres, intentando abrir las compuertas para dar un riego al pasto, que empezaba á secarse. Las viñas alineaban sus masas de pámpanos á lo largo de los alambrados que las servían de sostén.
Vaya, vamos a dar una vuelta por el jardín dijo levantándose para huir aquella visión siniestra. Pasearon un rato por el parque. Reynoso les dijo de pronto: Os he mostrado casi todos mis bichos, pero aún nos falta algo digno de verse, aunque sea bien modesto. Venid conmigo.
Ruborizóse ella otro poco, retiró la mano y la puso suavemente sobre el brazo del caballero al tiempo que murmuraba, mostrándole una de las ventanas. Venga usted, hablaremos con más libertad en el jardín... Y a través de las avenidas asoleadas le condujo hasta el centro del parque.
No pudo resistir más... Aunque hubiese de ser horrendo el sufrir, quería de una vez acabar con sus mortales inquietudes y conocer toda la realidad de sus angustiosas sospechas. Abandonó las alturas del bosque y caminando por entre los herbajes se dirigió hacia la cerca del parque.
Palabra del Dia
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