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Actualizado: 3 de mayo de 2025
Nació éste, según se cree, en 1576, y fué su maestro en el arte Luís Fernández, que lo fué también de Pacheco, quien á la par de Herrera aprendió el dibujo y las primeras lecciones de pintura.
Nunca debió Velázquez de tomar muy en serio la mitología: cuando muchacho, en casa de Pacheco, donde habían de leerse y comentarse composiciones poéticas apropiadas al gusto de la época, con amores y aventuras de héroes y dioses, él pintó animales y pescaderías; cuando fue a Italia y respiró aquella atmósfera, esencialmente pagana, trajo La fragua de Vulcano; cuando en los últimos años de su vida le ordena el Rey decorar una estancia de Palacio, hace cuadros en que representa a los personajes de la fábula como simples mortales.
Allí hemos visto levantarse el asilo de Guillermina Pacheco, la mujer constante y extraordinaria, y allí también la casa de las Micaelas. Estos edificios tienen cierto carácter de improvisación, y en todos, combinando la baratura con la prisa, se ha empleado el ladrillo al descubierto, con ciertos aires mudéjares y pegotes de gótico a la francesa.
Pacheco, movido por igual fervor, escribe que el fin de la pintura será mediante la imitación representar la cosa con la valentía y propiedad posible... y estando en gracia alcanzar la bienaventuranza, porque el cristiano criado para cosas santas, no se contenta en sus operaciones con mirar tan bajamente... de modo que la pintura que tenía por fin parecerse sólo a lo imitado ahora como acto de virtud, toma nueva y rica sobreveste, y demás de asemejarse, se levanta a un fin supremo, mirando a la eterna gloria.
Este no necesitó más que verla venir; y saliendo rápidamente del cuarto, volvió al poco con una criatura de la mano. iii «¡El Dulce Nombre!...» exclamó la Pacheco viendo entrar aquel adefesio, y todos los demás lanzaron una exclamación parecida al mirar al niño, con la cara tan completamente pintada de negro que no se veía el color de su carne por parte alguna.
Pues qué, D. Plácido, ¿va a venir el Viático? Poco menos replicó el hablador entrando sin pedir permiso y dirigiéndose a la alcoba . Que va a venir el ama, la señora casera. Mucho orden, señores, mucha formalidad. Lo mismo fue oír Platón que la señora de Pacheco venía, que el temor de verla le intranquilizó y no tuvo ya sosiego.
Mientras no se conteste satisfactoriamente a la pregunta, hay que considerarlo suyo. Hallábanse también por entonces en Nápoles el Virrey Duque de Alcalá, amigo de Pacheco, y el gran pintor español José Ribera el Españoleto.
Pues prepárate. Allí me tendrás como la maza de Fraga. No te dejaré vivir». Poco después Guillermina y Jacinta hablaban a solas, lejos de todo oído indiscreto. «Ya puedes vivir tranquila le dijo la Pacheco . El Pituso es tuyo. He cerrado el trato esta tarde. No puedes figurarte lo que bregué con aquel Iscariote. Perdí la cuenta de las hostias que me echó el muy blasfemo.
Aparece después un secretario, que intenta convencer al príncipe de lo opuesto, que es á la dicha de sus súbditos, su casamiento con una dama de rango inferior, y de la necesidad de anularlo. A este diálogo sigue un coro de doncellas de Coimbra, que celebra el poder del amor. Acto segundo: Los ministros Pacheco y Coello aconsejan al rey Alonso que mande matar á Inés.
Era natural, dado el tiempo en que vivía, que Velázquez pretendiera ir a Italia; Rubens debió de aconsejárselo y el Rey, lejos de oponerse «habiéndoselo prometido varias veces dice Pacheco cumpliendo su real palabra y animándole mucho, le dio licencia, y para su viaje cuatrocientos ducados en plata, haciéndole pagar dos años de su salario.
Palabra del Dia
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