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Actualizado: 3 de mayo de 2025


El servilismo cortesano y el estilo pomposo propios de los tiempos en que escribían, hicieron a Pacheco y Palomino referir los favores concedidos por Felipe IV a Velázquez con tales colores que sus relatos sirvieron de base a una tradición, según la cual, el monarca aparecía como verdadero y entusiasta protector del artista.

Además, aún vivía el Greco en Toledo , y en la sacra estupenda mole de El Escorial, según el pomposo lenguaje de la época, había cuadros de Tintoretto y del Ticiano; estímulos sobrados, y superiores al afán de medro, para que el artista quisiera emprender el viaje. «Deseoso, pues, de ver El Escorial declara Pacheco partió de Sevilla a Madrid, por el mes de Abril del año de 1622.

V. m., q. s. m. b., DIEGO DE SILVA VELÁZQUEZ S.r Diego Valentín Díaz. Partidas de defunción de Velázquez y de doña Juana Pacheco, su muger. Partida.

La única distracción de doña Lupe en sus horas solitarias era ver quién entraba en el taller de coches inmediato o en la imprenta de enfrente, y si pasaba o no doña Guillermina Pacheco en dirección del asilo de la calle de Alburquerque.

Mi hermana y yo nos criamos en su casa, ¡gran casa la de los señores de Pacheco! Personas muy ricas, no te creas, y mi madre era la que les planchaba. Por eso nos tiene tanta ley doña Guillermina, que siempre que me ve con miseria me socorre, y dice que mientras más mala sea yo más me ha de socorrer.

No faltó, sin embargo, en Sevilla por aquellos años poeta que viendo un Cristo crucificado, de Pacheco, en que la ejecución quedaba muy por bajo del pensamiento, dijese: ¿Quién os puso así Señor tan descarnado y tan seco? Vos me diréis que el amor, mas yo digo que Pacheco.

Al Rey debió de agradarle mucho la obra y alguna más que pintara por entonces Velázquez; pero como la Tesorería de la Intendencia de Palacio, que se llamaba el Bureo, no era ni mucho menos un modelo de exactitud en los pagos, el artista tuvo que hacer una reclamación, atendida la cual quedó aclarado que aquella famosa ración de doce reales, concedida por todo lo que pintase y que tanto enorgulleció a Pacheco, se refería a los retratos del Rey y no a los demás cuadros; dándose Velázquez por contento.

Ya porque algún asunto grave requiriese allí su presencia, ya porque desesperara de conseguir sus deseos, Velázquez regresó aquel mismo año a Sevilla: mas al siguiente de 1623 don Juan de Fonseca le llamó por orden del Conde-Duque de Olivares, librándole una ayuda de costa de cincuenta escudos para el viaje que, según parece, hizo acompañado de Pacheco.

Cristo, en torno de cuya cabeza se percibe un tenue resplandor que indica su divinidad, tiene contraídas las facciones por un gesto de dolor, y en pago de su dulce conmiseración, mira amorosamente al pequeñuelo. El ángel se parece algo al retrato de la supuesta doña Juana Pacheco, del Museo del Prado.

Si por acaso estaba en la mesa el gordo Arnaiz, se permitía algunas cuchufletas de buen género sobre aquellos antiquísimos estilos de santidad, consistentes en no comer. «Lo que entra por la boca no daña al alma. Lo ha dicho San Francisco de Sales nada menos». La de Pacheco, que tenía buenas despachaderas, no se quedaba callada, y respondía con donaire a todas las bromas sin enojarse nunca.

Palabra del Dia

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