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Actualizado: 3 de mayo de 2025
En torno del lecho de muerte se reunirían su mujer doña Juana Pacheco, su hija Ignacia, su yerno y mejor discípulo Juan Bautista del Mazo, don Gaspar de Fuensalida, Juan de Alfaro, que le compuso en latín un largo epitafio, y de seguro su fiel Juan de Pareja.
Es lógico admitir que Ribera, Zurbarán y Luis Tristán, le gustasen más que Vargas, tan respetado en Sevilla, y que Lanfranco y el Guido, cuyas amaneradas obras se traían de Italia; más precisamente, en contra de tales suposiciones y conjeturas, lo que caracteriza a Velázquez desde que mancha los primeros bodegones de que habla Pacheco hasta sus últimas obras, es aquel profundo y respetuoso amor a la Naturaleza, que le hizo ver en ella su único y verdadero maestro en el más alto sentido de la palabra.
Era Guillermina Pacheco. «Parece que la santa frecuenta ahora estos barrios murmuró doña Lupe, alargando la cabeza para observarla por la calle abajo . Ya la he visto pasar cuatro o cinco veces a distintas horas. Verdad que para ella no hay distancias... Ahora que recuerdo, me ha dicho Casta que es pariente suya, y he de preguntarle...». La fundadora inspiraba a doña Lupe grandes simpatías.
Llevola a las Micaelas doña Guillermina Pacheco, que la cazó, puede decirse, en las calles de Madrid, echándole una pareja de Orden Público, y sin más razón que su voluntad, se apoderó de ella. Guillermina las gastaba así, y lo que hizo con Felisa habíalo hecho con otras muchas, sin dar explicaciones a nadie de aquel atentado contra los derechos individuales.
Velázquez, acaso por deseo propio o, pensando mejor, por iniciativa de sus padres, pues aún no había cumplido catorce años, abandonó el taller de Herrera y pasó al de Francisco Pacheco. La figura de éste es interesantísima, tanto por el propio valer, cuanto por la influencia que ejerció en el porvenir de Velázquez.
En casa de Pacheco, tanto por disciplina cuanto por propio impulso, debió de dibujar muchísimo, pero dando ya en la elección de modelos humildes, frutas animales y utensilios vulgares, la primer muestra de independencia: en lo demás ya nos dice Palomino que el mismo Pacheco conoció desde el principio, no convenirle modo de pintar tan tibio aunque lleno de erudición: y en verdad que aquí no se sabe qué admirar más, si la discreta osadía con que el discípulo se apartaba de lo que a sus contemporáneos y superiores merecía tanto respeto, o la perspicacia conque el maestro adivinó y la tolerancia conque permitió explayarse aquellas facultades, opuestas a las suyas.
«Fue a parar a Venecia dice Pacheco y a posar en casa del Embajador de España, que lo honró mucho, y le sentaba a su mesa, y por las guerras que había, cuando salía a ver la ciudad, enviaba a sus criados con él que guardasen su persona.
Desde entonces, los de Pacheco y la Puente se frecuentaron muy poco, abandonándose enteramente antes de acabarse el siglo, y quedaron como únicos teatros de Madrid los dos mencionados, pertenecientes, como hemos dicho, á las cofradías.
Cuando se abrió el testamento del señor D. Manuel Moreno-Isla, que en gloria esté, testamento hecho tres años ha, se encontró que dejaba esta casa y el solar de la calle de Relatores a doña Guillermina Pacheco, su tía... La señora ha hipotecado ambas fincas para acabar el asilo, y por eso verá usted que este va echando chispas. Lo acabarán este año... Conque...
¿Quién ha de ser dijo el usurero, que conociendo a su amo quería así ganarle sagazmente el ánimo , quien ha de ser, sino el noble caballero don Lope Zúñiga Dávalos Guzmán y Pacheco, heredero ricamente en estos contornos, señor de las villas de Alchor y Ferreyra, Merino que fué de la Reina, paje del Rey, comandante de tu tercio, querido del Emperador, y... no se oyó más; pues Muley, con un bote que tiró a don Lope, principió el estruendo más espantoso.
Palabra del Dia
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